De
nuevo, tras medio párrafo de desviarme del hilo de los acontecimientos,
proseguiré. Pronto de que mis compañeros de caminata recolectaran
los insectos, filmé a un sonriente Micky y a mi rostro, también de buen humor,
en primer plano. No tardamos en retomar la excursión. Durante ese
tramo yo iba en el centro, el que llevaba la cámara letal adelante y mi
pariente atrás. El del frente se inclinó por un intervalo a capturar
otro hexápodo de la superficie de una roca. Un poco más a lo alto
(tengamos en cuenta que el camino subía desde el arbusto donde nos paramos), el
mismo volvió a encontrar otro grillo sobre una roca plana y musgosa, igual que
la anterior. Apuntó al insecto y Cayo vino a cogerlo, logrando su objetivo
luego de dos intentos, mientras filmaba a ambos, primero a mí y después a él.
Enseguida lo mostró a media sonrisa a la cámara, y yo dije: “Aquí estamos con
el entomólogo Che Carlitos”. Y hubo una suave risa general.
El
calor se hacía más de manifiesto cuando los minutos y nuestros pasos aumentaban
durante la caminata a la primera cascada del río Shilcayo. Debo confesar que soy una
de esas personas a las que gusta beber bastante agua tenga o no tenga
sed, y como efecto de eso, tiendo a sudar, literalmente, a chorros. Al ser
más elevada la temperatura, mayores son las ganas o la necesidad de hidratarme,
importándome en lo mínimo que mi estómago se llene como un globo colmado de
líquido, que incluso a veces me provoca vomitar. El truco, aunque a un comienzo
es difícil, es ignorarlo todo, es hacer lo posible por pensar en cualquier otra
cosa que no implique comidas, bebidas, o lo que sea que se relacione con
tu sentido del gusto u olfato. Con el tiempo, aprendí a mejorarlo; así como el
cuerpo al ejercitarlo se hace más fuerte y hábil, con la mente también pasa lo
mismo. Pero, pese a mi “justificación” estoica, puede que se les antoje
asqueroso a varios. Cuestiones de sensibilidad auto-corporal. Si hay
alguien que me dé un creíble fundamento científico acerca de las
consecuencias del exceso del agua en el organismo, que hasta ahora las
explicaciones de muchos no me convencieron, le recompensaría, obviamente a
través de mi página personal, con el favor que me pida —que esté a mi
alcance cumplirlo, por supuesto— y trataré de seguir sus
consejos, ¿al pie de la letra? Por eso digo: trataré. Para un
ciervo es un martirio privarlo de pasto, para un gato montés es un suplicio
despojarlo de carne… hago de cuenta que me entienden. El ser humano, como los
animales, sabe cuáles son sus límites y cada uno es consciente de cuándo parar,
si bien algunos no lo hacen. Pero sepamos que tales límites pueden romperse, es
decir, vencerse, ya sea en cuerpo o en alma… Tras esta cortísima y escueta
clasecita de motivación… ¡Esperen un momento! ¿Motivación…? Hm… Bueno, si lo
interpretaron así, o algo por el estilo, sólo espero que no me tomen como a un
tío latoso. En fin, lo que quiero recordarles luego de esta chaladura filosófica,
es que sigue en pie la oferta del favorcillo. Ojalá no esté pasando
por su imaginativa mente algo como: Pasajes de ida y vuelta a
Tarapoto, la Ciudad de las Palmeras, alojamiento y comida, todo pagado,
incluido un tour completo a los rincones de cada provincia de la región
San Martín. Personalmente, a continuación de eso, preferiría la horca; pues
créanme, desembuchar la cartera para la alimentación, techo y transporte de
unos cuantos turistas va contra el sueldo promedio de un joven
tarapotino. No se confundan. Mi mano siempre estará extendida hacia las
suyas.
Ahora
sí. ¿En qué me quedé…? Ah, sí: el incremento de la temperatura. Para eso me
aseguré de llevar una botella (con capacidad de 2.5 litros) llena de agua hasta
el pico. Bebí la mitad de ésta y el resto se la tomaron Cayo y
Micky, en el trayecto. 1.25 litros del líquido elemento aproximadamente, en una
excursión de 4.5 horas más o menos, eran unas pocas gotas para mí, pero pude
soportarlo. Esto era nada comparado con otras salidas al exterior. Había
vivido situaciones de sed intensas y no tardaría mucho en padecer periodos de
mediana deshidratación. No obstante, aquellas son otras historias, que
podrán leerlas en futuros posts (al acabar de contarles la caminata a
la primera cascada del río Shilcayo —Dios lo quiera—).
El sol nos daba calor, pero sin quemarnos la piel. Sus rayos eran un tanto amortiguados por la finísima capa de nubes del cielo turquesa claro. Estimo que la temperatura a eso de las 11:15 a.m. oscilaba los 32 grados Celsius. Conociendo muy bien las variaciones climáticas de mi región natal, casi estaba seguro de que el ambiente se tornaría fresco alrededor de una hora si seguíamos a ese ritmo hacia la cascada, e incluso si nos detuviéramos durante un tiempo prudencial en algún sitio. No me equivoqué… Pero no adelantaré la secuencia de los hechos. Entre cincuenta y setenta minutos, ocurrieron sucesos que merecen ser relatados por este aprendiz de cronista y leídos por unos pacientes internautas, que se aguantan las narraciones de correrías de cualquier loco que aparece en la web de un día para otro. ¡Jesucristo…! Como si ya no tuviéramos suficientes.
En
primer lugar, unos metros más en dirección noroeste, un escarabajo
negro lustroso pasó desapercibido para Cayo y Micky; sin embargo, para su
fiel servidor, en lo absoluto. Tuve prisa en encender la cámara y ponerla en modo
de filmación. Fui acercando la lente cuando el coleóptero se metía
parsimoniosamente debajo de un ramillo de hojas secas, y corté la
grabación antes de llamar a los muchachos, que ya se encontraban entre 15 y 20
yardas de mí. Ambos se giraron hacia mi ubicación con premura, y, antes de que
terminara de decirles que hice una toma fílmica del insecto, el simpático
animalucho ya estaba respirando el veneno dentro de la cámara letal, sin
imaginarse que su cadáver inyectado de alcohol, reposaría pinchado con un
alfiler en el interior de una caja entomológica. “Pobrecito”, mi
pensamiento habla de su cuenta. No puedo evitar que a veces pasa por mi
surrealista mente, un universo donde se invierten los papeles: los
animales dominando a los hombres. ¿Nos lo merecemos? Diga, usted,
avezado cibernauta. Como el famoso chiste gráfico que circula por la red de
redes: La venganza del mouse. Sí, ése lo que están pensando, la
viñeta de un ratón gigante haciendo clics en la espalda de un hombrecito que se
muere de dolor. ¡Un diluvio de aplausos para el sujeto que lo dibujó! A eso
le llamo tener un excelente sentido del humor.
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