08 octubre 2009

Publicado octubre 08, 2009 por con 0 comentarios

Caminata a la Primera Cascada del Río Shilcayo- Parte V


De nuevo, tras medio párrafo de desviarme del hilo de los acontecimientos, proseguiré. Pronto de que mis compañeros de caminata recolectaran los insectos, filmé a un sonriente Micky y a mi rostro, también de buen humor, en primer plano. No tardamos en retomar la excursión. Durante ese tramo yo iba en el centro, el que llevaba la cámara letal adelante y mi pariente atrás. El del frente se inclinó por un intervalo a capturar otro hexápodo de la superficie de una roca. Un poco más a lo alto (tengamos en cuenta que el camino subía desde el arbusto donde nos paramos), el mismo volvió a encontrar otro grillo sobre una roca plana y musgosa, igual que la anterior. Apuntó al insecto y Cayo vino a cogerlo, logrando su objetivo luego de dos intentos, mientras filmaba a ambos, primero a mí y después a él. Enseguida lo mostró a media sonrisa a la cámara, y yo dije: “Aquí estamos con el entomólogo Che Carlitos”. Y hubo una suave risa general.
El calor se hacía más de manifiesto cuando los minutos y nuestros pasos aumentaban durante la caminata a la primera cascada del río Shilcayo. Debo confesar que soy una de esas personas a las que gusta beber bastante agua tenga o no tenga sed, y como efecto de eso, tiendo a sudar, literalmente, a chorros. Al ser más elevada la temperatura, mayores son las ganas o la necesidad de hidratarme, importándome en lo mínimo que mi estómago se llene como un globo colmado de líquido, que incluso a veces me provoca vomitar. El truco, aunque a un comienzo es difícil, es ignorarlo todo, es hacer lo posible por pensar en cualquier otra cosa que no implique comidas, bebidas, o lo que sea que se relacione con tu sentido del gusto u olfato. Con el tiempo, aprendí a mejorarlo; así como el cuerpo al ejercitarlo se hace más fuerte y hábil, con la mente también pasa lo mismo. Pero, pese a mi “justificación” estoica, puede que se les antoje asqueroso a varios. Cuestiones de sensibilidad auto-corporal. Si hay alguien que me dé un creíble fundamento científico acerca de las consecuencias del exceso del agua en el organismo, que hasta ahora las explicaciones de muchos no me convencieron, le recompensaría, obviamente a través de mi página personal, con el favor que me pida —que esté a mi alcance cumplirlo, por supuesto— y trataré de seguir sus consejos, ¿al pie de la letra? Por eso digo: trataré. Para un ciervo es un martirio privarlo de pasto, para un gato montés es un suplicio despojarlo de carne… hago de cuenta que me entienden. El ser humano, como los animales, sabe cuáles son sus límites y cada uno es consciente de cuándo parar, si bien algunos no lo hacen. Pero sepamos que tales límites pueden romperse, es decir, vencerse, ya sea en cuerpo o en alma… Tras esta cortísima y escueta clasecita de motivación… ¡Esperen un momento! ¿Motivación…? Hm… Bueno, si lo interpretaron así, o algo por el estilo, sólo espero que no me tomen como a un tío latoso. En fin, lo que quiero recordarles luego de esta chaladura filosófica, es que sigue en pie la oferta del favorcillo. Ojalá no esté pasando por su imaginativa mente algo como: Pasajes de ida y vuelta a Tarapoto, la Ciudad de las Palmeras, alojamiento y comida, todo pagado, incluido un tour completo a los rincones de cada provincia de la región San Martín. Personalmente, a continuación de eso, preferiría la horca; pues créanme, desembuchar la cartera para la alimentación, techo y transporte de unos cuantos turistas va contra el sueldo promedio de un joven tarapotino. No se confundan. Mi mano siempre estará extendida hacia las suyas.
Ahora sí. ¿En qué me quedé…? Ah, sí: el incremento de la temperatura. Para eso me aseguré de llevar una botella (con capacidad de 2.5 litros) llena de agua hasta el pico. Bebí la mitad de ésta y el resto se la tomaron Cayo y Micky, en el trayecto. 1.25 litros del líquido elemento aproximadamente, en una excursión de 4.5 horas más o menos, eran unas pocas gotas para mí, pero pude soportarlo. Esto era nada comparado con otras salidas al exterior. Había vivido situaciones de sed intensas y no tardaría mucho en padecer periodos de mediana deshidratación. No obstante, aquellas son otras historias, que podrán leerlas en futuros posts (al acabar de contarles la caminata a la primera cascada del río Shilcayo —Dios lo quiera—).

El sol nos daba calor, pero sin quemarnos la piel. Sus rayos eran un tanto amortiguados por la finísima capa de nubes del cielo turquesa claro. Estimo que la temperatura a eso de las 11:15 a.m. oscilaba los 32 grados Celsius. Conociendo muy bien las variaciones climáticas de mi región natal, casi estaba seguro de que el ambiente se tornaría fresco alrededor de una hora si seguíamos a ese ritmo hacia la cascada, e incluso si nos detuviéramos durante un tiempo prudencial en algún sitio. No me equivoqué… Pero no adelantaré la secuencia de los hechos. Entre cincuenta y setenta minutos, ocurrieron sucesos que merecen ser relatados por este aprendiz de cronista y leídos por unos pacientes internautas, que se aguantan las narraciones de correrías de cualquier loco que aparece en la web de un día para otro. ¡Jesucristo…! Como si ya no tuviéramos suficientes.
En primer lugar, unos metros más en dirección noroeste, un escarabajo negro lustroso pasó desapercibido para Cayo y Micky; sin embargo, para su fiel servidor, en lo absoluto. Tuve prisa en encender la cámara y ponerla en modo de filmación. Fui acercando la lente cuando el coleóptero se metía parsimoniosamente debajo de un ramillo de hojas secas, y corté la grabación antes de llamar a los muchachos, que ya se encontraban entre 15 y 20 yardas de mí. Ambos se giraron hacia mi ubicación con premura, y, antes de que terminara de decirles que hice una toma fílmica del insecto, el simpático animalucho ya estaba respirando el veneno dentro de la cámara letal, sin imaginarse que su cadáver inyectado de alcohol, reposaría pinchado con un alfiler en el interior de una caja entomológica. “Pobrecito”, mi pensamiento habla de su cuenta. No puedo evitar que a veces pasa por mi surrealista mente, un universo donde se invierten los papeles: los animales dominando a los hombres. ¿Nos lo merecemos? Diga, usted, avezado cibernauta. Como el famoso chiste gráfico que circula por la red de redes: La venganza del mouse. Sí, ése lo que están pensando, la viñeta de un ratón gigante haciendo clics en la espalda de un hombrecito que se muere de dolor. ¡Un diluvio de aplausos para el sujeto que lo dibujó! A eso le llamo tener un excelente sentido del humor.

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