09 octubre 2009

Publicado octubre 09, 2009 por con 0 comentarios

Caminata a la Primera Cascada del Río Shilcayo- Parte VII


A partir de ese tramo, las fotografías fueron más seguidas hasta ya descubrirán dónde. A veces hacíamos poses de lo más ridículas con el fin de que, al verlas en casa, nos haga reír, tanto a nosotros mismos como a los demás (al quien llamábamos o invitábamos a pararse o sentarse delante de mi ordenador, o los que, posiblemente, ingresen a una —por estos meses— no muy popular “página” en el ciberespacio). La típica de todas esas: De pie o con el trasero posado sobre alguna roca, mirando al cielo con los ojos cerrados y los brazos extendidos a los ladosCualquier fanático de la serie de dibujos animados de Dragon Ball diría que intentábamos recoger la energía de los seres vivos para llegar a formar una Jenki Dama (ruego su comprensión por si está mal escrita) y destruir a algún maligno. También, un disciplinado físico-mental puede que crea que somos practicantes del yoga o de otro ejercicio oriental que requiera de concentración (y, sacando provecho de la ocasión, me confieso que espero pronto ahondarme en esta clase de arte místico, ya que de vez en cuando hago ciertos ensayos sin conocer más del asunto).
Y por último, si bien sea lo primero que se me viene a la mente, para los que han visto la emisión de un programa de TV nacional (peruano), esta pose les parezca a la que acostumbra la presentadora, la que no deja de promocionar sus productos medicinales cien por ciento naturales… ah, bueno, eso es lo que al menos dice ella. En definitiva, como lo di a entender antes, una caminata sin disparos no es igual con una en la que falten… los disparos fotográficos, por supuesto… No puedo continuar la narración, debido a que cuando revisaba las imágenes de nuestra breve aventura, encontré unas que me recuerdan a un comercial de TV, sí, también de TV, y espero que no les esté hartando. La propaganda es de una bebida gaseosa. El eslogan: “La vida… es como te la tomas”. Sea cual sea la posición en la que estaban los actores en la publicidad, se les tomaba una foto, saliendo todas con un toque gracioso. Tenemos imágenes que uno de nosotros las hacía con la cámara de improviso, empero, estas carecen de chorradas; son simples cuadros en el que dos chimban —dialecto sanmartinense de vadean— el río Shilcayo. Pero lamento no haber contado con una cámara en excursiones pasadas, por este y otros lugares. Los vídeos y fotos más entretenidos son los que implican una caída o un resbalón, pues aquellos incidentes nos pasaron a todos, y más cuando el camino es barro movedizo.


De nuevo, tras otra pausa en el hilo de los hechos —anticipándoles que es común en mí—, seguiré reviviendo lo que pasé hace más de medio año en dicha zona de la Cordillera Escalera. Lo que aconteció los siguientes veinte minutos, por mala estampa, no lo tenemos ahora en vídeo. No porque alguno de nosotros se negó a filmar, sino porqué, de accidente, había eliminado cada una de las tomas, mientras editaba el vídeo en general. Siquiera, en un disco de mi computador, han quedado las fotografías de los tres y de la naturaleza circundante… Luego de que mi primo apagara el dispositivo digital al acabar de efectuar su mueca, llegamos casi inmediatamente a un sitio especial que ya había conocido en caminatas anteriores, un mirador ecológico en mitad de la ruta. Me adelanté de la fila y me detuve al inicio de la primera escalera de listones que se elevaba al segundo nivel, apurando a Cayo para que prendiera la cámara y me grabara ascendiendo a la plataforma que se hallaba entre tres y cuatro metros arriba nuestro. Deseoso de alcanzar la cima, Micky no tardó en ponerse al revés mío. De golpe, oí a mi primo decir “ya”, y emprendimos la subida al mirador. La escalera tenía entre seis y diez peldaños, todos firmemente clavados. Se llegaba al segundo piso atravesando una especie de trampilla por la que se debía pasar uno por uno, debido a su estrechez, poco menos que la longitud de un brazo humano, en los cuatro lados. Cayo enfocaba el artilugio digital hacia arriba, mientras Micky y yo hacíamos nuestra parte, saludando, claro. ¡Qué buenas papadas las que se veían! Antes de que mi pariente se parara en el segundo piso, el autor de este sitio había llegado al tercer y último nivel. Desde allí, les llamaba excitado. El del pote de mermelada recibía de mi primo la cámara, que aún filmaba. Micky avanzó hacia mí, grabándose él mismo, a Cayo que lo seguía y luego a su humilde servidor que movía las enguantadas manos a través de la siguiente trampilla. Al ir alcanzando mi altitud, me entregó el mecanismo para filmar su entrada y la del que venía debajo. Puse en OFF a la máquina cuando los tres estuvimos en la cumbre, cerca de ocho metros del lecho boscoso, y la guardé por unos momentos en su estuche que lo sujeté al cinto a la salida de casa. Hasta ese entonces, mis anteojos estaban empañados y mojados de vapor y sudor; y qué decir de mi cuerpo.
La estructura del mirador ecológico era distinta a la que aprecié durante las caminatas que tuve en los anteriores meses y años. Había sido más endeble y desgastada por la humedad y los agujeros de las plagas. Ambas plataformas se combaban peligrosamente al peso de alguien, hasta el grado que tenías que desplazarte con cautela para no pisar una tabla que podría quebrarse al mínimo contacto con la planta de tus zapatos. Toda la madera conservaba un tono marrón fangoso con manchas verde oscuras por doquier. Era muy riesgoso andar demasiado tiempo por la plataforma superior, ya que aquí el moho invadía en colonias al piso. No me atreví a pararme más de diez segundos en este nivel, porque si me caía, no existiría nadie cerca quien me socorriera, aparte de que este no es un sitio muy transitado que digamos. Tanto las escaleras como las columnas fueron frágiles; las primeras, a duras penas, resistieron mi peso (sesenta y tantos kilos), rompiéndose a medias un peldaño de la de más arriba. Y las últimas, del grosor del tallo de un almendro, presentaban un aspecto lo suficientemente terrible como para suponer que se partirían de un solo hachazo. Si están creyendo que la pobre edificación se tambaleaba, están en lo correcto, amigos lectores. El mirador se movía como una gelatina, que a cualquiera que sufre de aerofobia se le erizarían los pelos. Venirse abajo desde cuatro u ocho metros de altura, definitivamente, no es bueno para la salud. Y puede que esté pasando por su cabeza la imagen de un cuerpo atravesando un piso de sucias tablas como si fueran papel... Después de describirles la antigua constitución del mirador turístico, recuerdo que en un campamento en el primer ciclo de la universidad con mis compañeros de clase, uno de ellos dio un paso en falso y quedó con una pierna incrustada en el suelo de tablillas de una casa de árbol, a una decena de metros de tierra, en un centro de conservación biológica de mi institución educativa, localizado en otro sector de la Cordillera Escalera. Ninguno de los testigos se aguantó las carcajadas, pues la ebriedad nos consumía. En cuanto a él —también con los efectos del alcohol—, siguió enfadado varios minutos desde que dos de nosotros le sacaron de la “trampa”. Diez metros sí que deben doler en serio.


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