06 noviembre 2010

Publicado noviembre 06, 2010 por con 0 comentarios

Tirando dedo hasta la naciente del río Tioyacu (Rioja, Perú)- Parte I

Era un día martes, 2 de Noviembre del 2010, cuando me encontraba en la capital del departamento de San Martín, Moyobamba, ubicada en el valle del Alto Mayo, una de las Siete Maravillas del Perú. Como ya varios sabrán, soy natural de Tarapoto, ciudad localizada a más de 100 kilómetros al sudeste de Moyobamba; y esa vez estaba ahí por tres objetivos principales: Asistir al XV Festival de la Orquídea; ofrecer diseños de páginas web, implementación de sistemas, paquetes de hosting, entre otros; y realizar alguna visita a un lugar nuevo o que aún mis pies no hayan pisado.

Naciente del Río Tioyacu (Rioja, Perú)
Durante un post anterior informé sobre el festival que acabo de nombrar y que esperaba contarles mi pase por la exposición. Sin embargo, me temo que eso no sucederá. Bueno, al menos por ahora, o por unas semanas, que espero no se prolonguen a meses. ¿Y por qué? La verdad porque —y así lo pienso— tengo algo mucho más interesante que contarles, algo que no lo prevé en su momento. Y además, creo que lo de “más interesante” lo compartirán la mayoría de los lectores y visitantes. Eso lo irán descubriendo a medida que sigan corriendo la vista por estas líneas, o entradas, que todavía no sé si serán una decena o más. Me entenderán, amables cibernautas, que este relato se dividirá en partes secuenciales (Parte I, Parte II…) De modo que, en vista de que quizás ya les aburre mis —a veces— extensas introducciones, será mejor que arranque de una vez:

XV Festival de la Orquídea 2010 (Moyobamba, Perú)
El cielo parecía la panza de un burro, tan gris como el de Lima y las veredas por donde caminaba. Minutos atrás había salido de un hotel del centro y verificado mi capital monetario, sentado en una motocicleta estacionada. Decepcionado, vi que apenas contaba exactamente con S/. 12.80 en la billetera. Misio. Como se imaginarán, mi estado económico no lo había previsto. No se encontraba en mis planes terminar de esta forma y desde esa hora, nueve de la mañana, pues la idea era quedarme hasta el día siguiente o hasta el atardecer. Tenía que cumplir mis dos primeros objetivos antes del mediodía, y luego ocuparme del tercero. No obstante, cómo rayos lo haría con los escasos soles que disponía. Estúpidamente creí que las bebidas (dos botellas de agua mineral, una de Coca-Cola, una de Inca Kola, y una lata de cerveza Pilsen) incluían dentro del precio de la habitación en que me hospedé, y que por cierto la tarifa fue de S/. 80.00. Sepan que esa cifra ya la tuve separada, pero los S/. 16.00 que me cobraron aparte por las bebidas, quise gastarlos en la visita a un lugar turístico. De manera que lamentablemente, a causa de mi gusto por el lujo hotelero (además de otros gastos innecesarios durante el día anterior), lo único que se me ocurría era regresar a Tarapoto tras haber filmado y fotografiado un poco más en el XV Festival de la Orquídea y entregado todas las proformas que tenía metidas dentro de un sobre plástico y asidas en un tablero de notas, esos que usan algunos “microbuseros” o cobradores. Las proformas de las que hablo, son aquellas en donde detallaba el servicio de creación de páginas y sistemas web, que yo junto con mi joven empresa ofrecíamos.

Flores de Cattleya rex en el XV Festival de la Orquídea 2010 (Moyobamba, Perú)
Mientras cruzaba la plaza de Armas, con la mochila al hombro, los folios en la mano izquierda y una bolsa con mis zapatos en la derecha, seguía sin saber cómo llegaría a efectuar mi visita turística o ecoturística. Después de ir descartando como media docena de opciones de lugares, concluí en una sola que —creía— era la más adecuada. Me refiero a un sitio que nunca he tenido la oportunidad de conocer hasta ese entonces y que ya muchos de mis familiares y amigos han llegado a disfrutarlo; es, nada menos, gente curiosa y aventurera, que la naciente del río Tioyacu, un paradisiaco recreo turístico que es una de las joyas naturales del Alto Mayo, y que de lunes a domingo se llena de personas de todas partes del Perú y del mundo.

Tioyacu… debo conocerlo”, murmuré en tanto me retiraba de las instalaciones del festival floral. Aún seguía sin contemplar la forma más factible de arribar a ese destino, que Dios quiso ubicarlo a 30 kilómetros aproximadamente de donde estaba. Más difícil de llegar de lo que ustedes creen, puesto que de los S/. 12.80 tenía que sobrar S/. 10.00 para el pasaje de vuelta de Moyobamba a mi ciudad. O sea, solamente S/. 2.80 era el dinero reservado para recorrer 60 kilómetros por la Belaúnde Terry, una de las principales carreteras del país. Para colmo, tengan en cuenta el hecho que tenía que pagar por mi ingreso al recreo y comprarme algo más de comida. Como ven, más complicada no se podía poner la situación.

Carretera Fernando Belaúnde Terry (Moyobamba, Perú)
Caminaba con la mirada hacia abajo por si encontraba alguna moneda en la vereda o en la pista. No tuve éxito. Vestía polo, pantalón corto y sandalias. Hace una hora que me había duchado y continuaba sintiendo frescor ya que la temperatura era de más o menos 25 grados Celsius. A comparación del año pasado, cuando también estuve en Moyobamba por el mencionado festival, el clima cambió drásticamente. Recuerdo que en el 2009 hacía más calor: en torno a unos 33°C. Es evidente que el cambio climático varía las temperaturas no sólo con elevaciones, sino también con bajas. Y en una zona tropical como el Alto Mayo es imposible confiar del servicio meteorológico, porque jamás se sabe con certeza si amanecerá soleado o lluvioso.

Aguas del Río Tioyacu (Rioja, Perú)
Las nubes no dejaban de velar el cielo mientras terminaba mi entrega de proformas en las empresas de transportes, pero, no porque amenazaba tormenta era seguro que se desataría una. El sol podría brillar en cualquier momento. Las inclemencias del tiempo eran lo de menos para quien escribe. Estaba dispuesto a caminar cueste lo que cueste. Al fin ya había tomado una decisión, una forma de cómo llegar a la naciente del río Tioyacu. Resolví no gastar ni un céntimo hasta el destino ecoturístico que elegí ese nuboso día, pues para eso debía caminar por un lado de la carretera, estirando el brazo de vez en cuando para pedir un aventón. “A mochilear”, me dije.

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