Muchos
queremos nuestro dinero que por derecho nos corresponde, necesitamos de
atención médica inmediata. Somos muchos, millones. La desesperación es
manifiesta en cada clase social del país. La economía ha colapsado a la par de
la salud.
Nadie
está libre de polvo y paja, ni gobernantes ni ciudadanos, ni tu ni yo. Todos
pecamos de alguna culpa. Cuando la presión adolece nuestra moralidad tendemos a
cometer errores e incluso brutalidades. Que tire la primera piedra quien no
vendió su alma al diablo. Quizá algún santo o mojigato.
Detestamos
la mentira, las falsas promesas y el deficiente dominio propio de las acciones.
Todo nos molesta. Nuestra voz de protesta es levantada a diestra y siniestra.
Repudiamos al sistema, pero, voluntaria o involuntariamente, a veces nos
encabritamos a sus caprichos. Consumimos la basura que nos ofrece, tratándonos
de dar al menos una cucharada por los medios más cautos o, al contrario, los
más descarados.
Se
nos vacía el presupuesto, y ya a muchos de ustedes no les quedará ni un
céntimo. Es dura está crisis, la más dura que hemos alguna vez imaginado. El
auxilio no ha llegado a muchos hogares. Exigimos nuestro dinero. Ponemos toda
esa carga, la mayoría de circunstancias, a una sola persona.
"Ladrón", "rata", títere"... Adjetivos hay por decenas
que escuchamos y leemos, pero más que todo hablamos y escribimos.
Como
si gobernar un país fuera tan sencillo. Es tan difícil de sólo ser líder de una
familia. Cuentas qué pagar, necesidades que suplir, incluso deudas que evadir
por temor a que no alcance para la comida de los niños. Hay necesidades día
tras día. Pero imprevistos pocos lo experimentan y mucho menos cuando se trata
de un imprevisto extremo. Imagínense que, y disculpa que sea crudo, se mueran
sus hijos o su cónyuge caiga enfermo, ¿cómo lidias con eso? ¿Cómo lo superas?
Todo se va derrumbando sin previo aviso.
Nos
sentimos traicionados como ese hijo que culpa de sus pesares a su padre.
Mandamos al carajo a medio mundo, nos encerramos en nuestras ideologías. Y no
está mal hacerlo, porque a cada uno nos gobierna nuestra identidad; pero sí,
realmente, en dónde la jodemos es cuando perdemos la razón, perdemos la
compostura, cuando nos rebajamos al nivel de insultar, ofender, provocar.
Soy
peruano de corazón como tú, un peruano más, no soy partidario de ningún partido
político. Amo a mi país. Soy un impaciente más que quiere ver mejor a su
pueblo, a su familia. Y si estuviera a mi alcance, te daría algo para que te
encuentres bien. Puede que nuestro máximo representante piense o no lo mismo.
No lo sé. No lo sabemos. No sabemos si es como aquel padre que deja a la deriva
al resto de su familia cuando el caos tumba los pilares del hogar.
Si
tú, hermano o hermana peruano, está en tu posibilidad dar una mano al
desamparado, hazlo. Las críticas solo generan odio y desunión. La desidia, en
esta época de pandemia, solo favorece a la anarquía.
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