07 octubre 2009

Publicado octubre 07, 2009 por con 0 comentarios

Caminata a la Primera Cascada del Río Shilcayo- Parte I


El 13 de Septiembre de 2008 fue el día programado para salir de caminata con destino a una cascada que, por capricho de la naturaleza, fue formada por el río Shilcayo. Pero, más que día programado, fue uno de los días programados; específicamente, era la tercera vez que acordamos salir en busca de aquella fresca caída de agua. Tras haber postergado en dos ocasiones debido a las copiosas y prolongadas precipitaciones, que en estas fechas son un tanto comunes, el sábado 13 amaneció con las condiciones climáticas adecuadas. Ya, desde las primeras horas de la mañana, las nubes iban abriendo paso a la entrada de los rayos solares... Al ver el tinte añil del firmamento desde la ventana de mi habitación, no lo pensé dos veces e inmediatamente avisé a los muchachos para que se alistasen. Sin embargo, varios de ellos no podían ir por diferentes motivos, ya sean de salud u ocupaciones. Otro problema inquietante, y el que debía ser solucionado cuanto antes para disfrutar de esta actividad de ecoturismo, era que hasta el momento no habíamos podido conseguir una cámara digital (que fotografiara y filmara).
A las 8:00 a.m. tuve que insistir a mi desanimado primo para ir a casa de algún amigo o conocido que nos pudiera prestar el artilugio. Así que a las 8:30 a.m., más o menos, fuimos hasta la casa de uno de sus ex-compañeros de la universidad. Nos fue imposible conseguir el medio de transporte de mi (en ese momento) molesto padre —una moto pequeña— para llegar más rápido. Un poco resentido, me retiré con mi primo de casa y nos dirigimos a pie al domicilio del joven que nos debería prestar la cámara. Caminamos dos kilómetros, casi hasta el límite de Tarapoto, mi ciudad natal, y el distrito de la Banda de Shilcayo, ubicada al sureste. Esperamos a que nos atendieran y, luego de unos minutos, nos vinieron con la mala noticia de que el pata no se encontraba en casa. Felizmente, mi primo se acordó a donde más podíamos ir. Y sin más preámbulos, a paso ligero, caminamos alrededor de un kilómetro hasta otro domicilio, la casa de otro de sus amigos, en el distrito de la Banda de Shilcayo... La temperatura se iba elevando y mis poros empezaron a sudar; y tenía el pecho y la espalda húmedos hasta que llegué al sitio. Tocamos el portón y, gracias a Dios, nos salió al encuentro la persona a la que buscábamos. Casi de inmediato, mi primo dijo el motivo de la visita y segundos después estuvimos aprendiendo el manejo del aparato, sentados en el sofá de su vestíbulo de entrada o sala principal. Como ya tenemos experiencia en la manipulación de medios y dispositivos digitales, no nos tomó más tiempo estar al tanto de algunas insignificantes diferencias en la ubicación de los botones principales y en el manejo básico del menú de opciones. Pero, por desgracia, no fuimos tan minuciosos en aprender los pormenores por el mismo hecho de que el tiempo nos ganaba, pues, si partíamos tarde a nuestra pequeña aventura, obviamente, llegaríamos tarde; es decir, después del mediodía, cuando el sol comienza a descender al poniente y su luz es velada por la copa de los árboles y arbustos de la verdosa Cordillera Escalera.

Contentos, nos despedimos del amigo de mi primo y emprendimos el viaje de regreso a casa. Eran ya más de las nueve de la mañana y estábamos afligidos por partir, y, antes, tomar desayuno, desayuno indispensable, por supuesto, para cargarnos de energía suficiente e, indiscutiblemente, tener físico necesario para el ascenso a los cerros y colinas empinadas. Y mientras nos acercábamos al puente del río Shilcayo, arteria que une Tarapoto y la Banda de Shilcayo, decidí que tomásemos un motocarro —medio de transporte que reemplaza al taxi en la selva peruana—, pues tenía unos centavos en el bolsillo que los completaría con el dinero que guardaba en el cajón de la cómoda de mi habitación… Llegamos en la cuarta parte de tiempo de lo que lo hubiéramos hecho a pie.

Al fin, a las 10:00 a.m., aproximadamente, fue la hora de partida. Sólo fuimos tres las personas apuntadas para la caminata eco-turísticaCayo, mi primo; Micky, el primo de otro de mis primos y, palmariamente, el quien escribe. Cayo y yo llevamos comida y líquido dentro de bolsas de tela que nos prestó mi madre y Micky. Este último no cargó nada —¡Gran ayuda!—.

A cinco cuadras de casa, tras saludar a una amiga en una esquina, nos embarcamos a un motocar para que nos trasladara hasta 400 metros cerca de la bocatoma del río Shilcayo. El calor en la ciudad iba en aumento, pero a medida que nos alejábamos del pavimento, una vez ingresado en una angosta carretera rural, la temperatura se tornaba fresca, oyendo de rato en rato el sonido de las aguas del río corriendo a través de las piedras. Desde que estuvimos en el “trimóvil”, empecé a filmar nuestros rostros, el paisaje y a un solitario hombre de campo que pasó en contra y al costado nuestro. Sin temer la inminencia de nuestras carcajadas, Cayo mandó saludos con un beso volado a su pareja. Un cuarto de hora después, el chofer nos dejó en el lugar indicado y le pagué la suma de 5 nuevos soles. “Ha llegado la hora de estirar las piernas”, me dije lleno de entusiasmo. Y así fue ni bien bajamos del vehículo. ¡La caminata había dado inicio!... y la hora de lucirnos ante la cámara, también. Cayo y Micky fueron los primeros. Fue algo gracioso en todo el transcurso. ¿Dije algo? Lo cierto, es que fue muy gracioso cuando nos turnábamos en filmar: a veces, uno se adelantaba con la cámara en mano y grababa el acercamiento de los otros dos como si de una película se tratase, pero a veces sin poder aguantar la risa y las ganas de pararse frente a la lente. En ocasiones, me daba el lujo de filmarnos a los tres mientras caminábamos en plena naturaleza.
Faltando decenas de metros para llegar a la bocatoma, sucedió un percance del que me temía desde que conseguimos la cámara. En tanto nos ocupábamos de pasarnos el artefacto, alguien de nosotros presionó una serie de botones que desconfiguró el medio de filmación, y lo más seguro, es que fui yo el culpable. Intentamos corregir entre todos la forma de funcionamiento de la “grabadora de recuerdos” y afortunadamente, luego de cinco minutos, pudimos dejarla casi como antes, e indico casi, porque las dimensiones y la calidad del vídeo no quedaron como cuando comencé a filmar. Empero, de eso recién nos dimos cuenta cuando revisamos los filmes en la computadora de mi casa. Las consecuencias de nuestra carencia de minuciosidad en los instantes previos de salir de casa se presentaron en menos de lo que pensamos.

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