08 octubre 2009

Publicado octubre 08, 2009 por con 0 comentarios

Caminata a la Primera Cascada del Río Shilcayo- Parte III


No demoramos en toparnos con un mermado estanque natural, formado por la depresión del lecho del río. Deduje que tenía 2.5 metros de hondo como máximo. Los árboles con ramas menos tupidas que circulaban esta piscina natural hacían que los rayos del sol penetraran sin demasiados impedimentos a lo largo y ancho, provocando ligeros destellos como los de gemas pulidas o monedas bruñidas en la superficie acuosa. Sobre una roca levantada, a la diestra y a escasa distancia de la orilla, un pilar ruginoso de ripio se erigía mostrando unas mediciones. Eso me hacía suponer que el Shilcayo años atrás fue tan profundo, que crecía hasta los números pintados en la columna (en torno a cuatro metros desde la superficie del estanque). El agua continuaba su curso por el mismo margen, pero un tanto más regada a causa de la presión de la acumulación. Por allí fue donde proseguimos, vadeándola sin mojarnos las zapatillas en unos cortos saltos de piedra en piedra.

Me acuerdo que dije que Micky no portaba ni una carga. Pues, revisando el vídeo editado, me di cuenta que estaba equivocado: él llevaba la cámara letal en sus manos. Y ahora, ¿qué demo… es esa cosa?, se estarán preguntando muchos. Antes de que saquen conclusiones apresuradas, les explicaré. Una cámara letal es un envase de vidrio que en su fondo se vacía veneno cubierto por una capa de yeso compactado. ¿Y querrán saber para qué es útil? En realidad es que es muy útil; sirve para meter a los insectos capturados en su interior para que el fuertísimo y apestoso olor de la ponzoña (y créanme que la fórmula es hedionda de verdad) acabe con sus vidas. ¿Les parece cruel? No importa si es así o no. La insensibilidad no es lo que nos impulsa a efectuar esto. Cayo es egresado universitario en la carrera de Ingeniería Agrónoma y varios estudiantes le solicitan que busque bichos para sus muestrarios o cajas entomológicas como proyecto final en ciertas materias. De niño, uno de mis hobbies era la colección de insectos y arácnidos, y desde esos entonces, simplemente, lo veo como un pasatiempo sano y educativo, no una brutalidad. Ansío volver a hacerlo. Es maravilloso. Los invito.
Sería el colmo que Micky se hubiese negado a colaborar con Cayo en esta sencilla tarea. No encontré razón para eso. Además le fue agarrando gusto el coger grillos, escarabajos y diminutos lepidópteros, a cada tramo y junto a mi primo. Yo sólo me limitaba a observarlos y señalarles a los hexápodos que se les escapaba de la vista, y en realidad no sé porqué. Creo que el entusiasmo de llegar a nuestro destino me tenía concentrado, puesto que, y me avergüenza decirlo, cerca de diez veces he intentado conocer esa cascada, ya sea en grupo o en solitario (y más en lo segundo). Hace pocos años, los indicadores del camino brillaban por su ausencia y sólo los campesinos y conocedores de la zona tenían el mapa en la memoria; ni preguntando pude llegar, dado que los riachuelos tributarios del Shilcayo me jugaron malas pasadas. Pero la vez anterior a esta caminata, arribé solo a la cascada en cuestión, no recuerdo cuántos días o meses atrás, y creo que nada más que llevando una botella con agua en mi mochila. Ahora soy consciente de lo ignorante que era y que, aún, lo sigo siendo sobre la bella naturaleza que se extiende más allá de mi imaginación, o, debería expresar, más al norte.
Es justo que el lector de esta especie de crónica sepa de la existencia de otras seis cascadas. ¡Sí! ¡Otras seis cascadas! Caídas de agua de mayor esplendor que la primera, que, para mi aflicción, todavía no tengo la dicha de ser testigo. Es mi deseo que usted, sí, usted, el que se pegó a la lectura de estos posts, conozca estos parajes y experimente una apasionante aventura en la selva sanmartinense del Perú. Locales, nacionales y extranjeros salgan de la rutina y, si Dios quiere, vayámonos juntos en busca de nuevos horizontes; y hagamos como dice el viejo dicho: Preguntando se llega a Roma. Les adelanto que tengo contacto con gente que se osó por esos lares. Cualquier consulta podrán hacérmela directamente por este blog y será un placer responderlas. Quién sabe, tal vez, podamos ir en grupo en una clase de expedición a cada una de las siete cascadas. Bueno, antes de reanudar con los hechos de la caminata, compartiré la pizca de lo que sé —lo que me relataron— sobre estas caídas de agua en el siguiente párrafo, referente a la historia de una sobrina, hija mayor de una de mis primas.
Ella, de nombre Claudia, tenía entre 14 y 15 años cuando, contra su voluntad, se convirtió en una excursionista escolar. Desde el principio aborreció la idea de internarse en la espesura del bosque y ser picada por cuanto díptero se le cruzase, incluso de que le mordiese una víbora o le pillase un calambre por el exceso de ejercicio. No tenía alternativa. Estaba obligada a obedecer a su rígido profesor, otro familiar mío y de ella, porque les había intimidado con reprobarles si se resistían —o tiraban la toalla— de visitar cuatro o cinco cascadas del río Shilcayo. El hecho de que su maestro fuera también su tío, no bastaba para ser flexible con ella, debido a que éste no se “casaba” con nadie. En aquella caminata no había distinción de sexo, sangre o condiciones físicas. “Una real tortura”, me dijo Claudia mientras almorzaba en mi casa unas semanas atrás. “Llegar a la primera cascada fue agotador, pero a medida que las chicas y los cerditos llegábamos a otras dos o tres de más arriba, nuestras fuerzas nos iban abandonando. Sinceramente, no comprendo cómo pude regresar a casa. Nunca olvidaré tal sufrimiento (…) Las siguientes cascadas son más altas, con pozas muy profundas, elevados peñascos y rodeadas de una frondosa vegetación, de donde temía que saliera algún animal salvaje y me convirtiera en su platillo principal. Algunos de mis compañeros se atrevieron a ir hasta las últimas cascadas. Yo, por supuesto, no pude; no sólo por el cansancio, sino también porque la única forma de seguir era pasando a nado las aguas del río”, me describió Claudia entre aspavientos. —Tengan presente que la charla que se escribió acá, es sólo la esencia, aplicada con términos semi-rebuscados—

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