Unos
pasos más adelante, el camino se desvió al río Shilcayo y
quien escribe encendió el artilugio que tenía desde que fotografió el sendero
de ingreso al centro de recuperación. Grabé a los otros dos aventureros que
se acercaban a la corriente de agua y a mí de costado. Cruzamos al toque
el Shilcayo, yo detrás sin filmarnos, el del envase con veneno en
medio y mi primo al frente que silbaba su melodía romántica preferida. Sabía y
se los expliqué a los demás que por lo menos vadearíamos el río una
docena de veces más antes de llegar a la primera cascada, nuestro ansiado
destino de aquel día. Y se estarán preguntando por qué si atravesamos el Shilcayo en
tantas ocasiones, éste era el mismo río. Así de simple. Como el curso del agua
tenía varios meandros o curvas, además de que avanzábamos en un “loco” trayecto
de derecha a izquierda, chocábamos con la corriente cada cierto tiempo. A
partir de ese punto lo haríamos de forma más continua, a medida que
nos aproximamos a la caída de agua, que no dejaba de proyectar
en mi mente y por alguna extraña razón representada fantásticamente, cual si
fuera un fondo de escritorio para PC animado en 3D. Ustedes habrán
visto, o quizás usado, estos alucinantes y llamativos wallpapers que se pueden
descargar de algunas páginas de Internet. La utopía del hombre sí que
rompe cualquier límite.
A
la orilla opuesta, repetimos la parodia de la sección de turismo del
semanario televisivo en San Martín, mi región. En esta oportunidad nos
había salido de maravilla, que cuando lo vimos nos desternillamos de risa… o no
quizás tanto. La escena es presentada diciendo “De nuevo ascendiendo”. Cayo
filmaba desde unos pasos más arriba de una cuesta que empezaba a cinco metros
del Shilcayo. El camino que se debía seguir tenía la
sinuosidad de una gran serpiente al arrastrarse, pues a cada pocas
zancadas se cambiaba de dirección, pero siempre subiendo. Micky escalaba al
frente de mí, y cuando se acercó a mi primo, miró dos veces a la cámara,
saludando en la segunda. Yo proseguí no volteando, con la vista casi en el
suelo. Pero, tras seis pasos más, hice unos movimientos propios de un payaso.
Ofreciendo mi mejor sonrisa y con aire de bufón, giré a medio cuerpo al enfoque
fílmico y señalé la cima con el brazo extendido y haciendo un volteo veloz de
cabeza que provocó que mis pelos se sacudieran como en un comercial de champú.
Al punto fui detrás de mi colega, el mismo que hizo un saludo relámpago a
más altura. También hice mi parte copiándole el estilo. El de la cámara letal,
más a lo lejos, repitió sus muestras de cariño con la lente otro par de veces,
mientras que su servidor de letras una sola. El camarógrafo realizó un
acercamiento con el zoom, dado que ya estábamos a regular distancia de él.
Antes de desaparecer de la toma, el de la vanguardia miró abajo por un momento,
en cambio, yo me concentraba en la marcha, medio cabizbajo por lo encaramado de
la ruta. Hace años que dejé de practicar ciclismo y eso no colaboraba
para que las subidas prolongadas de esta caminata fueran una
insignificancia. Al pedalear esfuerzas los mismos músculos que cuando
asciendes a pie; estos son los cuádriceps, la musculatura de los muslos.
Incluso tus caderas y rodillas trabajan al grado que manda el físico y la
resistencia. La flexibilidad y el aguante de tus tendones juegan un papel
importante en esta clase de ejercicios… ni que lo digan.
Habíamos dejado a Cayo una considerable distancia, pero salvó los
metros que nos aislaban en un lapso que nos sorprendió. Estupefactos, le preguntamos
cómo es que nos alcanzó así de veloz y agitándose apenas. “¿Te jalas
un troncho, o qué?”, le dije. Él sólo se rió y me entregó la
cámara, diciendo que le tomara unas fotos y grabara unos vídeos un tramo más
arriba. El camino se hizo menos empinado y el sol disminuyó su fuerza
debido a la nubosidad que iba en aumento, además sus rayos eran bloqueados por
la frondosidad de los árboles, algunos en forma de paraguas. Yo caminaba al
término de la fila con el dispositivo guardado en su estuche y con el corazón
más acelerado que mis compañeros, pues eso lo podía deducir observando el ritmo
de sus respiraciones, el tono de sus caras y la cantidad de sudor que
destilaban, aunque esto último no era un verdadero indicador que develara quién
entre ellos y yo permanecía más cansado, ya que, como expresé en posts
pasados, soy un adicto a beber agua. Micky tenía la ventaja de
contar con piernas largas y de haber vivido en el campo durante su infancia. En
lo concerniente a mi primo, que casi siempre ha tenido un físico parejo al mío,
ignoré por entero (y por ese ahora) el origen de su destreza y soltura. De los
tres, él era que demostraba ser más enérgico y ligero en este inclinado
sendero. “Algo esconde este, pende…”, pensé. “A mí no me engaña. En
lo absoluto”.
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