12 octubre 2009

Publicado octubre 12, 2009 por con 0 comentarios

Caminata a la Primera Cascada del Río Shilcayo- Parte XI


Unos pasos más adelante, el camino se desvió al río Shilcayo y quien escribe encendió el artilugio que tenía desde que fotografió el sendero de ingreso al centro de recuperación. Grabé a los otros dos aventureros que se acercaban a la corriente de agua y a mí de costado. Cruzamos al toque el Shilcayo, yo detrás sin filmarnos, el del envase con veneno en medio y mi primo al frente que silbaba su melodía romántica preferida. Sabía y se los expliqué a los demás que por lo menos vadearíamos el río una docena de veces más antes de llegar a la primera cascada, nuestro ansiado destino de aquel día. Y se estarán preguntando por qué si atravesamos el Shilcayo en tantas ocasiones, éste era el mismo río. Así de simple. Como el curso del agua tenía varios meandros o curvas, además de que avanzábamos en un “loco” trayecto de derecha a izquierda, chocábamos con la corriente cada cierto tiempo. A partir de ese punto lo haríamos de forma más continua, a medida que nos aproximamos a la caída de agua, que no dejaba de proyectar en mi mente y por alguna extraña razón representada fantásticamente, cual si fuera un fondo de escritorio para PC animado en 3D. Ustedes habrán visto, o quizás usado, estos alucinantes y llamativos wallpapers que se pueden descargar de algunas páginas de Internet. La utopía del hombre sí que rompe cualquier límite.
A la orilla opuesta, repetimos la parodia de la sección de turismo del semanario televisivo en San Martín, mi región. En esta oportunidad nos había salido de maravilla, que cuando lo vimos nos desternillamos de risa… o no quizás tanto. La escena es presentada diciendo “De nuevo ascendiendo”. Cayo filmaba desde unos pasos más arriba de una cuesta que empezaba a cinco metros del ShilcayoEl camino que se debía seguir tenía la sinuosidad de una gran serpiente al arrastrarse, pues a cada pocas zancadas se cambiaba de dirección, pero siempre subiendo. Micky escalaba al frente de mí, y cuando se acercó a mi primo, miró dos veces a la cámara, saludando en la segunda. Yo proseguí no volteando, con la vista casi en el suelo. Pero, tras seis pasos más, hice unos movimientos propios de un payaso. Ofreciendo mi mejor sonrisa y con aire de bufón, giré a medio cuerpo al enfoque fílmico y señalé la cima con el brazo extendido y haciendo un volteo veloz de cabeza que provocó que mis pelos se sacudieran como en un comercial de champú. Al punto fui detrás de mi colega, el mismo que hizo un saludo relámpago a más altura. También hice mi parte copiándole el estilo. El de la cámara letal, más a lo lejos, repitió sus muestras de cariño con la lente otro par de veces, mientras que su servidor de letras una sola. El camarógrafo realizó un acercamiento con el zoom, dado que ya estábamos a regular distancia de él. Antes de desaparecer de la toma, el de la vanguardia miró abajo por un momento, en cambio, yo me concentraba en la marcha, medio cabizbajo por lo encaramado de la ruta. Hace años que dejé de practicar ciclismo y eso no colaboraba para que las subidas prolongadas de esta caminata fueran una insignificancia. Al pedalear esfuerzas los mismos músculos que cuando asciendes a pie; estos son los cuádriceps, la musculatura de los muslos. Incluso tus caderas y rodillas trabajan al grado que manda el físico y la resistencia. La flexibilidad y el aguante de tus tendones juegan un papel importante en esta clase de ejercicios… ni que lo digan.

Habíamos dejado a Cayo una considerable distancia, pero salvó los metros que nos aislaban en un lapso que nos sorprendió. Estupefactos, le preguntamos cómo es que nos alcanzó así de veloz y agitándose apenas. “¿Te jalas un troncho, o qué?”, le dije. Él sólo se rió y me entregó la cámara, diciendo que le tomara unas fotos y grabara unos vídeos un tramo más arriba. El camino se hizo menos empinado y el sol disminuyó su fuerza debido a la nubosidad que iba en aumento, además sus rayos eran bloqueados por la frondosidad de los árboles, algunos en forma de paraguas. Yo caminaba al término de la fila con el dispositivo guardado en su estuche y con el corazón más acelerado que mis compañeros, pues eso lo podía deducir observando el ritmo de sus respiraciones, el tono de sus caras y la cantidad de sudor que destilaban, aunque esto último no era un verdadero indicador que develara quién entre ellos y yo permanecía más cansado, ya que, como expresé en posts pasados, soy un adicto a beber agua. Micky tenía la ventaja de contar con piernas largas y de haber vivido en el campo durante su infancia. En lo concerniente a mi primo, que casi siempre ha tenido un físico parejo al mío, ignoré por entero (y por ese ahora) el origen de su destreza y soltura. De los tres, él era que demostraba ser más enérgico y ligero en este inclinado sendero. “Algo esconde este, pende…”, pensé. “A mí no me engaña. En lo absoluto”.


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