15 octubre 2009

Publicado octubre 15, 2009 por con 0 comentarios

Caminata a la Primera Cascada del Río Shilcayo- Parte XIV

El nuevo ingreso al río, tras cruzar los lodazales, se encontraba a medio ciento de pasos. Cayo alistó la cámara que la había tenido en su bolsillo, pidiendo que Micky y yo nos posicionáramos en donde sea. Luego de unas cuantas fotos, apretamos el paso, y atravesamos el río en un abrir y cerrar de ojos. Mi primo se comportó bien con unos disparos de flashes improvisados, en el ínterin que saltábamos con precaución de una a la más próxima piedra resbalosaLas imágenes, a pesar de los destellos de la cámara, salieron un tanto oscuras, debido a que un grupo de nubes grises escondía a la estrella de nuestro sistema planetario, al Sol. El agua se apreciaba más clara y la sentí con menos grados cuando me regué el cabello en la orilla opuesta. Los demás hicieron lo mismo y mi pariente hasta bebió unos sorbos, y que finalizó haciendo gárgaras. “¡Ey! Si acá tengo líquido en la botella. Qué si algún animal defecó allí”, le dije. “¡Relájate, broder! Si no está nada mal”, me contestó, haciendo una invitación con las manos. Me arrodillé, me quité los anteojos y sumergí la cabeza. Dentro, me acordé de la broma que les hice a los muchachos, de modo que me paré y alejé como un poseso, sin haber succionado el agua. Pero al cabo, fueron los chicos que terminaron anonadados. “¡Pero qué demo… te sucede!”, se exaltaron. Ellos seguían en los mismos sitios que los vi por última vez, de pie sobre la hierba. “Es que creí que querían vengarse por lo de la salpicada”, respondí. Cuando observé sus estúpidas caras, caí en la cuenta que se habían olvidado momentáneamente de la broma. “Cómo es posible que te descuidaras, oye tonto”, riñó Cayo a Micky. “¿Yo solo tengo la culpa?”, se defendió. Acto continuo, se armó una pequeña discusión, que lo único que me provocaba era risa. Estuve sentado en una roca a cinco metros del agua cuando se calmaron y me advirtieron que estarían más preparados desde ahora. “Gracias por el detalle”, articulé. “Pero, de todas formas, sólo fue un poquito de agua que les eché, y ya no parecen mojados”, se los aclaré. Sólo escuché rugidos de desaire.
Luego de que el menor del trío se anudara las agujetas, éste dijo que avanzáramos. Cayo, al contrario, deseó quedarse unos minutos extra para fotografiarnos entre todos. Micky se negó y decidió buscar insectos en las inmediaciones; mi persona, en cambio, aceptó la idea del transportador de la cámara. Allí ha sido donde nos “alucinamos” Gokú, juntando la energía de los seres vivos en forma de una gran bola. Justamente cuando empezamos la sesión de fotos, los rayos solares iluminaron nuestros rostros hasta tal grado que nos empañaron los ojos, de manera que los cerramos al intentar mirar el cielo. La frescura del líquido elemento del Shilcayo cedió paso a la ligera calidez del astro rey. Mi primo y yo tuvimos el ingenio de remedar al héroe animado de Manga, extendiendo los brazos a los lados, y anhelando poder flotar en el aire como creo que lo hacen algunos ermitaños del Tíbet o de zonas remotas del mundo, que espero pronto conocer. Mientras tanto, el portador del “cementerio de insectos” se empeñaba en su labor.

Tras hacer la sarta de disparatadas, continuamos inmediatamente la caminataLa ruta se tornó empinada de nuevo, pero mucho más que los anteriores ascensos. He tanteado que la inclinación de la subida con respecto a la horizontal supuso unos 50 grados. Tenías que pisar bien e ir con el cuerpo más adelante para mantenerte recto, además que debías alzar bastante las piernas e impulsarte con los hombros y brazos para ayudar en el avance. Nada consumió muy rápido nuestras energías hasta ese entonces. Por este terreno, parecía que el otoño vino antes de tiempo, pues las hojas secas cubrían la totalidad del camino y sus derredores. Los árboles, arbustos y plantas medianas yacían más separados entre sí y de la trocha. Ninguno filmaba el paisaje ni al grupo. La cámara estaba guardada en el estuche enganchado a mi cinto, desde que Cayo me la entregó cerca del río, concluida la payasada fotográfica. Mi frente y pómulos se iban perlando de sudor, al igual que mi espalda y pecho, que habían estado algo frescos durante los últimos diez o quince minutos. Limpié las lunas de mis gafas en la punta de la manga de mi polo, el espacio más seco y liso de toda mi ropa. Micky andaba al frente y Cayo detrás de este bloggero. Oí las respiraciones de ambos menos insistentes que las mías. Seguía sorprendiéndome el del final, ya que inhalaba y exhalaba casi a ritmo normal, como si el ejercicio fuera pan comido. “Esto me huele mal”, pensé desconfiado. “Nunca de la noche a la mañana un tipo corriente logra tener un físico envidiable. Eso sólo se ve en las series o pelis de superhéroes…” Las extrañezas no me dejaban en paz, así que me fue imposible tragarme la curiosidad, por lo que volví a preguntar al sospechoso sobre el asunto que me tenía intrigado hasta la coronilla. Pero, el muy astuto, evadió la interrogativa con el viejo truco de las tosidas y la carraspera. Receloso, el de adelante giró a mirarme como diciendo “es un pende… de mie… acabará confesando”. Y asentí con los labios apretados y el ceño fruncido.


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