En el anterior
documental he tratado de seres invertebrados de proporciones
gigantescas y características increíbles; si aún no lo leyeron, les invito
a hacerlo, pero eso sí, siempre y cuando tengan estómago de cirujano, ya
que las especies allí mostradas pueden resultarles realmente
asquerosas. En esta ocasión, me ocuparé de algo que va por la misma línea,
aunque con un contenido general menos extenso, tanto en texto como en imágenes.
Si usted, amigo o
amiga, es de los que no soporta ver a los bichos que exhibí en los
primeros posts, le voy anticipando que no se enfrasque en la lectura de
éstos, puesto que se llevará una gran sorpresa. De todas formas y dirigiéndome
a los “bichofóbicos”, antes de abandonar este sitio, les digo que
deberían estar agradecidos con los cambios que sufre nuestro planeta
con el paso de las eras. Creo que diciéndoles así no me han entendido. Está
bien. Se los haré más explícito: Hoy en día, la Tierra cuenta con
un 21% en concentración de oxígeno, pero 300 millones de años atrás, dicha
concentración era mucho más elevada, pues excedía del 35%. Eso hizo que
los animales carentes de huesos crecieran a dimensiones monstruosas.
Varios años antes
de que los dinosaurios reinaran el mundo, en la nombrada era
del Carbonífero cuando casi todo el terreno fue tropical
y frondoso, los invertebrados más colosales poblaban el planeta,
si bien 50 millones de años después se extinguieron regular número de
ellos. De entre aquellas cientos (o puede que miles) de especies
encontradas por los científicos o casuales —en estado fósil lógicamente—,
he elegido unas cuantas, sólo unas cuantas, para “deleite” de cada uno. Y ahora
sí, alístense para tener un viaje imaginario al pasado y conocer algunos
de los invertebrados más grandes que han existido:
El ciempiés gigante: Me quedé perplejo al enterarme del tamaño de
este extinto miriápodo: de 2 a 3 metros de largo. ¡Jod…! ¡Más
grande que un ser humano…! Ancestro, obviamente, de los ciempiés de
hoy, es el invertebrado terrestre de mayores dimensiones conocido de todos
los tiempos. Vivió en el periodo Carbonífero (entre
340 y 280 millones de años) en lo que en la actualidad es Escocia y
Norteamérica. Con sólo ver las imágenes del post, cualquiera que nunca ha
oído hablar de este animal, diría que era tan feroz como un carnívoro
hambriento; pero no se dejen intimidar por su apariencia aterradora,
pues, el Arthropleura era vegetariano. Qué
distraído soy a veces: por poco me olvido de poner su “nombre propio”, Arthropleura.
Este enorme ciempiés se dividía en
dos especies, el armata y el moyseyii. Habitaban los bosques húmedos, en el
cual los reptiles, batracios e insectos abundaban, y podrían haberse alimentado
de los musgos y la vegetación podrida que hallaban a su paso entre la selva de
helechos. Qué gustitos de los más repugnantes. Se cree también que a
los depredadores les resultaba complicado atacarles, dado que poseían una
coraza con púas cortas. Pobre del quien se atrevía a morderle el lomo.
Volviendo a la
parte de su alimentación, los científicos se toparon con algo curioso. Ninguno
de los fósiles conserva su boca, por lo que a primera impresión se
supondría que tuvieron afiladas y poderosas mandíbulas. Tomando como base esta
deducción, se ha solido pensar que el Arthropleura, era
amante de la carne, aunque en restos hace poco descubiertos se encontró polen
en el tracto intestinal, lo cual ha sugerido que el ciempiés gigante ha sido
aficionado a tragar plantas. Es posible que los ejemplares más
pequeños fuesen herbívoros, siendo omnívoros los de mayor tamaño,
los que se valdrían de sus mandíbulas para comer hierbas, insectos y demás
bichos diminutos. Los expertos calculan que un Arthropleura de
proporciones medias podría haber consumido 1,000 kilogramos de vegetación
cada año.
Se hallaron icnitas (huellas fosilizadas) de
este miriápodo prehistórico en varios sitios. Han aparecido como columnas paralelas y largas de huellas pequeñas, que
señalan que se movían velozmente por el suelo boscoso, girando con brusquedad
para evadir estorbos, tales como rocas y árboles. Al moverse con rapidez,
su cuerpo se estiraba, logrando una buena longitud de zancada y,
por consiguiente, avanzar como el mejor de los maratonistas. Y una de las
agilidades que más sorprende del Arthropleura es
que “posiblemente” era un excelente nadador.
La libélula prehistórica: Llamada Meganeura por
los científicos, es un género de insectos fósiles que pertenece a la
familia Meganeuridae. Entre las especies se halla la Meganeura
monyi, un hexápodo muy similar a la libélulas de ahora, con las
que por supuesto está emparentado, que ha vivido en el período
Carbonífero (al igual que el Arthropleura). Con una envergadura
alar mayor a los 75 centímetros, viene a ser la especie más grande
que se conoce de insectos voladores que haya aparecido en la faz de la Tierra.
La otra especie, la Meganeuropsis permiana —perteneciente
al Pérmico—, es otro competidor en relación al tamaño. Fueron bichos
depredadores que comían insectos e inclusive a anfibios pequeños. Debe ser
un espectáculo digno de ver a una libélula engulléndose a un sapo.
Sus restos se han descubierto en los estratos
de la Edad Estefaniana de Commentry (Francia), en 1880. En 1885, Charles Brongniart, un paleontólogo,
encontró el fósil y le puso nombre. Uno nuevo se desenterró en Bolsover
(Derbyshire), en el año 1979. Su holotipo está alojado en el Museo
Natural de Historia Natural de París. La M. americana, descubierta
en 1940 en Oklahoma, es una especie constituida por la mayor ala de insecto
nunca localizada; está conservada en el Museo de Historia Natural de Harvard.
Se impuso la
controversia sobre de qué forma los hexápodos del período Cámbrico han
sido capaces de crecer a dimensiones descomunales. He aquí una explicación
concisa y precisa: El modo en que el oxígeno se distribuye por el
cuerpo del bicho por medio de su sistema respiratorio traqueal, establece un
límite superior a su tamaño del cuerpo, el que por lo visto sobrepasaron con
mucha diferencia los insectos del pasado. Se ha propuesto a un
principio que el Meganeura tenía solamente la capacidad de
batir las alas, puesto que —como es sabido— la atmósfera en esa época contenía
proporciones de oxígeno mayores a la actual del 21 por ciento. Dicha teoría fue
refutada por otros investigadores, sin embargo, tuvo una aprobación hace poco
luego de estudios posteriores acerca de la relación existente entre el
gigantismo y el recurso de oxígeno. En caso que tal teoría es exacta, los
insectos gigantes puede que eran riesgosamente sensibles a la baja de los
niveles de oxígeno y evidentemente no podrían sobrevivir en la atmósfera de
nuestros días… No obstante, estudios muy recientes han indicado que los
insectos en realidad respiran con acelerados ciclos de compresión y expansión
traqueal. Siendo esto cierto, no hay necesidad entonces de postular que estén
presentes en una atmósfera con una presión parcial de oxígeno elevada.
Y para acabar con
esta libélula, un dato más: el término “meganeura” es equivalente a
“grandes venas”, que se refiere a la red de venas de las alas.
Vías:
que bien que haya personas como tu, interesadas en compartir tus conocomientos con los demás.en horabuena y gracias
ResponderEliminarY en horabuena que haya gente como Ud. que le interese lo mismo al quien escribe.
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