28 noviembre 2010

Publicado noviembre 28, 2010 por con 0 comentarios

Tirando dedo hasta la naciente del río Tioyacu (Rioja, Perú)- Parte III

No salí a la carretera por la calle principal de ingreso a la ciudad. Había tomado una vía más al noroeste, paralela a una cuadra de la primera. Desde ese instante se daría inicio a mi serie de intentos para detener algún vehículo. La única referencia que tenía de la localización de mi destino turístico, era que estaba a pocos kilómetros de Nuevo Cajamarca, una de las ciudades ubicadas en los límites de la región Selva del Perú, donde la región del centro del país, la Sierra, tímidamente va mostrando sus primeros paisajes. Era muy consciente de que para llegar a Tioyacu, debía de ir preguntando a las personas con los que me cruzara o con aquellas que se ofrecerían jalarme hacia mi objetivo geográfico. “Tioyacu, el mundo te conocerá más gracias a mí”, fue más o menos una de las frases optimistas que pasaba por mi mente ese día. Fotos, vídeos y párrafos sobre este hermoso lugar de la Amazonía fueron y se seguirán publicando no sólo en este blog, sino en redes sociales, portales y otros sitios web. He sido muy serio en cumplir cabalmente lo que me propuse. Gente de los cinco continentes tiene que saber de la existencia del elegante río Tioyacu, un curso de agua como ninguno en la faz de la Tierra.
 
El cielo seguía amenazando lluvia. Observé nubosidad a muy baja altura. La cima del morro de Calzada yacía despejada, pero algunas nubes rondaban indecisas en torno a la cúspide. No tardaría en notar que los bancos gaseosos sobre mi cabeza se estaban difuminando o elevándose más. Los mismos no eran ni nimbos ni cúmulos ni cirros ni estratos, sin embargo, tenían algo de cada uno, manteniendo colores entre el blanco humo y el gris claro…. A veces caminaba por el mismo asfalto (detrás de la línea blanca pintada en los extremos de la carretera) y a veces por sobre pasto y la tierra, aún un tanto húmedos por las continuas garúas de esos días. Quise alejarme más de Moyobamba para recién estirar el brazo y parar una moto, motocarro, carro, o lo que sea, pues no tendría pinta de ser mochilero mientras habría zonas urbanizadas. Debería llegar a partes donde la vía careciera de edificaciones modernas a los lados. Mi caminata se fue dando sin ningún percance hasta que —¡el Eterno bendijo mis pasos!— por poco ocurre una tragedia. Tras lo sucedido, supe, con más razón, que aún no hora de despedirme de este mundo, de modo que van a tener que seguir aguantando, para ratos, las historias del autor de Me Escapé de Casa. Bueno, mejor les cuento en el próximo párrafo este escape, ya no de casa, sino de la muerte:


Andaba yo, muy campante, dejando a mis espaldas las últimas viviendas y acercándome a una estación gasolinera, en tanto me disponía a fotografiar, nuevamente, al morro que una vez había ascendido, en Noviembre de 2008 para ser preciso. Tranquilamente, al borde de la carretera, graduaba la Exilim de 8.1 Megapíxeles (cacharro prestado a un amigo) para una toma más nítida. Pero, fui interrumpido de repente de forma tan brusca que casi se me sale el corazón por la boca. Una camioneta 4X4 por un pelo no me atropella por detrás. Había sido tan descuidado que me metí mucho a la pista y, por estar concentrado en alistar el disparo fotográfico, no escuché que la Toyota Hilux color verde traslúcido venía a embestirme, y nunca lo sabré si irresponsablemente, porque pasó de largo. Al fin, pienso que el culpable del accidente hubiésemos sido ambos, tanto el conductor como este distraído. De no haber tropezado con una piedra que, milagrosamente, estaba tirada en el pavimento, ya no estaría aquí, sentado frente al monitor, para narrarles mis horas de mochilero durante aquella mañanaAcabé cayendo a centímetros del asfalto, sobre un espacio con la hierba algo crecida, la que terminó amortiguando el impacto de mis brazos. La cámara resultó ilesa. Nada de rasguños, a comparación de la rodilla derecha, la que se estrelló en la sólida pista, produciéndose un leve, casi invisible, raspón que cicatrizaría en unas cuantas horas… ¡Santa piedra que apareció en el lugar y el momento clave! Tal y como el dicho: “Vivito y coleando”.


Y así, luego del susto, retomé la marcha sin ningún testigo por las inmediaciones. “Pensé que faltaría emoción en esta caminata”, dije mientras mis latidos menguaban su ritmo. A pocos minutos llegué a otra estación de combustible, llamada comúnmente “grifo” en Perú. Allí aguardé a que se estacionara un vehículo para ver si podían hacerme un aventón. Intento fallido. De manera que proseguí la caminata al filo de la carretera, rogando tener éxito la próxima. No lo tuve. Más fracasos, uno con un pesado camión arenero y otro con una veloz camioneta Suzuki de dos cabinas. Después vino un tercero con un motociclista que me observó con un rostro inexpresable y pasó acelerando. Consulté el tiempo en el antiguo Motorola qué aún me era útil para comunicarme. 20 minutos, o tal vez más, transcurrieron desde que había salido de la ciudad. Ya tenía sudor corriendo por la frente, pecho y espalda. Me juré que la siguiente “tirada de dedo” surtiría efecto para abrir el espíritu colaborativo de cualquier conductor. Para mi buena dicha, acerté. Un joven mototaxista se ofreció llevarme hasta Calzada, pueblo que está en las faldas del morro. Por lo visto, llegaría a Tioyacu haciendo escalas, a parte de fotografiando y filmando todo cuanto podía en el recorrido. El morro de Calzada fue uno de mis principales objetivos con la lente.


El viaje sobre ruedas me enfrió el cuerpo. El sonido del viento y el ruido que creaba el motor del “trimóvil” imposibilitó un diálogo más fluido entre el conductor y el narrador de estas líneas. Mantuve siempre sujeto el trasto digital y el tablero con los folios. La primera porque la necesitaría en cualquier momento y el segundo porque no había forma de introducirlo en la mochila… El destino turístico que soñaba por conocer recibiría a un nuevo visitante con cámara en mano.



Continuará...
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