Mientras restaba
distancia a mi destino, sentado en la motocicleta del
vendedor de almuerzos, corría el riesgo de caerme del vehículo,
dado que no me asía de nada. Acuérdense que tenía ocupadas
ambas manos: con una agarraba un tablero con papeles presionados en
éste y con la otra cogía la “grabadora de recuerdos”,
la Casio Exilim de 8.1 Megapíxeles. Los casi diez minutos que
estuve con el trasero posado en el cuero, el conductor no hizo ningún
movimiento brusco o ninguna maniobra que implicara un balanceo violento. Sentía
tranquilidad porque todo estaba yendo según lo planeado. Hasta ese
entonces, que aún faltaba regular para las 12:00 p.m., había avanzado
la mayoría del camino hacia la naciente del río Tioyacu, sin
problemas fuera del tropezón que tuve cuando recién salí de Moyobamba a tirar
dedo por la carretera. Y además, hasta esa hora, el “aventador” más
amable fue el cuarto, la persona quien dirigía el manubrio. Éste era más
abierto a la charla que los motocarristas. Tan abierto, que incluso se
animó a hablar de sexo. “Las hembritas en Rioja son
muy calentonas. Nunca en mi juventud me ha sido tranca (difícil)
conseguir una… Hasta ahora que ya soy tío, las bebes no
dejan de seguirme. Será porque me manejo una buena…”, fue algunas de las frases
que se atrevió a compartir con este blogger. Quizás les suene un
poco subidas de tono a ciertos lectores o visitantes; pero lo que acabo de
escribirles aquí, es lo más suave que pudo decirme en temas de machos. Y cuando
le pregunté sobre su mujer, ni se imaginan las palabras que escuché de su boca,
a esas si llamaría con razón subidas de tono… Y hay una cosa —muy peculiar— que
recuerdo a la perfección que me dijo al despedirse: “Espero que tengas suerte
con una flaca en Tioyacu. Si el agua no está muy fría hoy, podrías
hacer un pato yucuna con ella”… Amigos y amigas, pato
yucuna significa… taráaaaaaan… hacer
el amor (o tener relaciones sexuales) dentro del agua.
Me quedé de pie unos instantes a un lado de
la carretera, viendo irse al coloquial
sujeto por el ramal que mencioné a realizar su delivery. Lo
fotografié y luego filmé la Belaúnde Terry desde mi posición. Abrí la
mochila y tragué un poco de agua. Sólo un poco. Acto contínuo,
empecé a ir en “línea 11”, “full piernas”. La ex-Marginal
de la selva seguía derecha por un kilómetro más o menos. A pesar de la
nubosidad del cielo, inexplicablemente, percibí que la
temperatura subió uno o dos grados Celsius. Tal vez la sentí así
porque acababa de bajarme de la moto... Metí la cámara en el bolsillo sin dejar
de caminar. Mostraba el pulgar con el brazo extendido por cada vehículo
que venía. Ya no me importaba qué tipo fuese. Creo que, en sólo el
final de una mañana, me había cancheado (hecho ducho o
acostumbrado) en esto de “tirar dedo”. En esta ocasión pasaron como
cinco minutos hasta que logré detener a alguien. Era una
motociclista que conducía a una velocidad impresionante. Se paró a
veinte metros adelante. Una distancia considerable. Sabía, o derivé,
que la conductora era mujer porque una cortina castaña de
cabello flotaba con el viento detrás y por debajo de su casco negro. Me
acerqué corriendo. Vestía casada y jeans, y del cuello colgaba un maletín.
Ya, delante de ella, se fue quitando el casco. “Hola”, dije. “Qué bueno que se
haya dete…”, me callé de repente. Pues, la chica que tenía ante mis
ojos, era una antigua compañera de la universidad. “Hola…”, saludó. “¿Cómo
es que te encontré por acá?”. “Ni idea…”, dije. Su nombre es Yuliana
Calderón y había llevado algunos cursos con ella, pero
egresó antes que yo. “Estoy repartiendo unas proformas de sistemas”,
mentí, pues, como les conté, ya había terminado ese trabajo. “Pero, antes de ir
a Nueva Cajamarca, quiero hacer una parada en el pueblo de
Segunda Jerusalén y conocer Tioyacu”, seguí explicando. A
continuación, declaró que iba rumbo a Nuevo Cajamarca a ofrecer créditos
de la Financiera Edyficar,
empresa donde se desempeñaba de analista; y ahora, en vista que me encontró
solitario en media carretera, se brindó llevarme hasta la entrada
del recreo
turístico de la naciente del río Tioyacu. Más satisfecho, no podía
estar en esos momentos.
Contento de haber
coincidido con una conocida, monté la motocicleta. Yuliana
esperó hasta que estuviera seguro para acelerar e ir como alma que lleva el
diablo. Parecía que tenía buen tiempo en el afán de las carreritas. El
famoso dicho de “mujer al volante, peligro constante” quedó inválido tras
comprobar que mi ex-compañera de clases resultó conduciendo tan o más hábil que
un hombre. Los cuatro “jaladores” anteriores eran unos novatos al lado
de Yuliana. Aquí, en este post, subí dos fotos del tiempo
en la moto. En unas escenas del vídeo final, podrán apreciar la
velocidad a la que me transportaba mi amiga. Las corrientes de aire que
impactaba sobre mi rostro eran como el aventar de cien ventiladores. Muchas
veces era imposible evitar que sus pelos se enredaran en la cara o entraran en
la boca de quien escribe.
La “ama de
la carretera” me contó que ésta siempre había sido una de sus
rutas de trabajo y que varios de sus clientes vivían en Nueva Cajamarca,
más de la mitad de ellos bodegueros o ambulantes. Expuso también que aún no
se titulaba de ingeniera por el compromiso que cumplía durante esos meses…
Y luego de que Yuliana informara a este aventurero sobre sus
asuntos de trabajo y estudio, hice lo mismo de los míos. “Formo parte de un
grupo de compañeros de la carrera, los cuales pensamos crear una
empresa de desarrollo de sistemas y venta de equipos de cómputo, el nombre
tentativo es Ingeniería en Servicios y
Soluciones Informáticas, ISSI”, ha sido más o menos lo que le fui
detallando. “Además, todavía estoy sin sustentar mi informe de
ingeniería. El año que viene lo haré sí o sí. Se titula Sistema
Experto de Detección y Tratamiento de Enfermedades y Plagas del Cacao en la
Región San Martín”, acabé diciéndole el nombre de mi informe para
titularme, mientras el caserío de Nueva Jerusalén aparecía a
lo lejos.
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