Dos minutos antes de avistar la comunidad de
Nueva Jerusalén, pasamos por la Planta de Cementos Selva. Esta fábrica se
la puede ver a la izquierda de la carretera, yendo en la dirección
que tomaba esa mañana, de sur a norte, rumbo a la naciente
del río Tioyacu. Se
podría decir que mi destino turístico se
localizaba a la vuelta de la esquina. El pueblo al
que llegamos con Yuliana, la chica que se ofreció
desinteresadamente llevarme hasta el camino de ingreso al recreo
de esparcimiento y que era una ex-compañera de aulas en la universidad,
se presentó pacífico ante nosotros, como la mayoría de los que existen en
la región San Martín. Entramos por un camino de herradura a
la siniestra de la Belaúnde. El vehículo saltaba por ratos. Tenía buenos
amortiguadores, así que no me molestaban las nalgas o los riñones. Y contando
lo de hasta ahora, a estas alturas ya pienso que debería decirles algo que
mantuve callado, una cosa que no tiene porque ser oculta, pese a que quizás a
unos les parezca licencioso: el trasero de Yuliana es de los grandes,
de esos que con un movimiento te dejan tirado en el piso. El enamorado de mi
amiga debe de ser un verdadero héroe para ser capaz de “domar” a tremenda
retaguardia. Sin embargo, durante aquellos instantes, el beneficiado
era el autor
de este sitio web. Felizmente, y como todo caballero, pude
controlar mis hormonas y no provoqué ningún levantamiento malicioso que
conllevara vergüenza. No sé como demonios pude resistirme a tal cáliz.
Ustedes opinarán. Tengan en mente el hecho de que podría ser bajado mordazmente
de la moto.
“Ya vamos llegando al puente…”,
apuntó Yuliana en tanto descendíamos un poco por el
sendero. Para los entusiastas por lo preciso —así como yo— me tomé la
molestia de buscar en Google Earth las coordenadas
exactas del punto donde empieza el ramal que tiene por meta la naciente del río
Tioyacu. Me refiero al lugar del cual viramos de la carretera: 5°59'43.46''S
77°16'26.28''W. Busquen estas cifras geográficas en el software de
Google por si lo quieren. Muy sencillo. En caso no lo tengan instalado
en su ordenador, descárgenlo clicando en este enlace.
Siempre uso este programa para colgar fotografías
propias de los lugares que voy conociendo. La variedad de funcionalidades
con que cuenta es increíble. Muchos lo verán abrumador los primeros días; pero
una vez que aprendas a utilizarlo, será pan comido, casi como un juego, por ser
divertido y educativo de forma paralela. Una de sus funciones más
populares son las “Vistas en 3D” de la naturaleza. En
la imagen que puse arriba apreciarán una vista en tres dimensiones de los
cerros de donde nace el río Tioyacu. Aquel es el paisaje que se ve
desde el puente de entrada al camino que lleva al centro
turístico-ecoturístico. No se confundan con las partes blancas, que no
es nieve, pues se tratan de bancos de nubes. En esta región jamás ha nevado, ya
que es una zona tropical y semi-templada.
Yuliana estacionó su motocicleta a cinco o
diez metros del puente, frente a un letrero fijado sobre dos
postes de metal delante de un árbol. En el cartel, de fondo azul con
letras y dibujos de color blanco, se leía claramente “Recreo Turístico Río
Tioyacu”. La iconografía indicaba que dentro del complejo natural
y/o artificial se podía hacer práctica de natación, disponía de servicios
higiénicos, y se vendía refrigerios. Había llegado la hora de
despedirse de Yuli. Tenía que seguir con su trabajo diurno. Conversamos
unos segundos más, e intercambiamos tarjetas. Ella me entregó la
suya con un tríptico de la empresa donde laboraba engrapada de una punta. Nos
besamos en la mejilla y nos dijimos “adiós”. De ahora en
adelante comenzaría mi visita o recorrido. Arribé por fin al río
Tioyacu, sin gastar ni un sol desde que salí de la ciudad de Moyobamba.
Lo hice a bordo de tres motocarros y dos motos. Las cinco
personas que jalaron a El Caminante —agradeciendo
desde Me Escapé de Casa su
gentileza—no exigieron de mí centavo alguno. Es más seguro que los
cuatro primeros conductores nunca lean estos posts, pero a todos les estaré
eternamente agradecido… Retrocediendo unas líneas, había dicho que arribé
al río Tioyacu. Así es, río, pero aún no a la naciente de éste o al
centro recreacional en sí. De esto es lo que me iría dando cuenta en
seguida.
Con la cámara en opción de filmadora, desfilaba
hacia el puente que pasaba por encima del río Tioyacu. Observé a dos
señores apoyando los codos en la baranda de la izquierda. Dialogaban
viendo inconcientemente la lenta corriente de abajo. Un par de conos de
tránsito reposaban al inicio del puente. Éste es de concreto y mide
como 2 o 2.5 metros de ancho y más o menos 15 de largo. Cuando estuve casi
cara a cara con los hombres que hacían las veces de vigilantes, les
pregunté si debía de desembolsar algo de dinero por cruzar los límites del
víaducto para realizar la respectiva visita al recreo. Revelaron
que no… por ahora. “Recién te cobrarán más allá. Nuestra misión es
encargarnos del tránsito”, dijo el quien parecía el más viejo. “No sé cómo,
pero no gastaré nada en la siguiente entrada”, fue lo que pensaba desde que el
cuidador me explicó lo de dicho pago. Ya mencioné en la Parte
I de esta historia de mochilero que mi presupuesto era de sólo 2.80
nuevos soles. En total tenía S/. 12.80, pero S/. 10
eran sagrados. Con esa cantidad regresaría a Tarapoto desde Moyobamba. Debía
de usar todas mis armas para evitar gastos que peligraran la rápida vuelta a
casa… Mientras tanto a seguir filmando y fotografiando la
naturaleza, llena de vegetación y del sonido de los pájaros e insectos. Un
ambiente donde se respiraba paz. Libre de contaminación y de los ensordecedores
ruidos de la metrópoli. De manera que los que son habitantes de las
grandes ciudades, ir a visitar esta bella selva del Perú les
caerá muy reconfortable para la salud física y espiritual.
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