El
borde más cercano al río
Tioyacu estaba crecido de pasto, pequeñas
plantas semi-acuáticas y algunos helechos de la especie Shapumba.
El agua corría a unos centímetros (tal vez 20 o 30) debajo del nivel del suelo
por lo que me he tenido que arrodillar e inclinar la espalda para que mis
manos sintieran la temperatura. Apenas mis dedos se mojaron, tuve una sensación
como si hubiese abierto la nevera para sacar algo de comer. Tioyacu hacía
honor a su nombre: Aguas frías. Era increíble. ¿Cómo era posible? Este
accidente geográfico no se localizaba en una latitud próxima a los
polos ni mucho menos en la cima de una montaña con
glaciares en estado de derretimiento. Se ubicaba en el centro de la
selva del Perú,
en la tropical Amazonía.
Sin embargo, las aguas que descendían de tales cerros no parecían
originarias de ese medio natural. Veía y sentía al líquido elemento en el
cuenco que hice con las manos, y mientras se derramaba por las cavidades, me
era difícil de creer esa extraña frialdad. Acabé tan fascinado, que olvidé
quitarme los anteojos antes de empapar mi rostro y pelo. Las lunas quedaron
mojadas, así como el cuello del polo que vestía.
Me
incorporé de la orilla luego de asegurarme de estar bien fresco, levanté el tablero con los
folios que dejé sobre una gran piedra laja, y seguí con mi exploración
de los ambientes. Como dije, no tenía indicios de laxitud, pese
a las actividades de las últimas horas. Por enésima vez, saqué la
cámara del bolsillo y continué con la secuencia de tomas, tanto
fotográficas como fílmicas. Momentos atrás me topé con otro letrero que
indicaba el lugar y unas bolsas de basuras apoyadas en la base de éste. También
encontré al Toyota negro estacionado. No había rastro de sus tripulantes. Era
bastante probable que todos ya hubieran ingresado al recreo
turístico. Toda la diversión aguardaba al otro lado del puente que
tenía a la izquierda, y al cual se llegaba por un corto camino de 15 o
20 metros en las orillas del río. Era imparable con la cámara. No había
quien detuviera mi labor —se podría decir— periodística.
Una voz dentro de mí decía que capturara más y más fotos o vídeos. “Me Escapé de Casa” sería el medio
para informar (y espero entretener) a los cibernautas sobre temas
principalmente de turismo y aventura en
cualquier lugar del planeta. Como varios sabrán, el estilo o forma usados
en este blog es
muy diferente a lo que la mayoría opta o posee.
Tioyacu se merece, por lo menos, una
veintena de posts con fotografías en alta resolución incluidas. Que yo sepa,
hasta ahora, en ningún sitio web encontrarás tal cantidad de párrafos
dedicados e imágenes descargables sobre este paraíso en la región San Martín,
muchas de estas últimas buenas para ponerlas de wallpapers, tal y
como hice. Ojo que quien sea puede hacer uso de mis tomas, ya sea
para publicarlas en Internet o imprimirlas en papel, pero por nada
afirmar que son suyas o de su propiedad, pues por eso coloqué las escrituras
que señalan la dirección del blog y el nombre (alias) del
fotógrafo… Con las cosas en claro, no les fastidio más con esto de
los derechos de autor, y les dejo para que sigan leyendo el relato
de mi visita al Recreo Turístico Naciente del Río Tioyacu:
El
momento menos esperado del día estaba apunto de llegar. Para los que no han estado
pasando revista a las primeras partes de esta historia, tal vez les venga raro
saber esto. Se supone que debería hallarme completamente tranquilo
porque al fin conocería rincón a rincón los ambientes del centro recreacional. Pero,
aunque sea complicado de creer, todo eso estaba muy lejos de la
realidad. Por desgracia, nada aún era seguro, no obstante,
a duras penas, traté de conservar la fe. Fe en mí mismo. Confianza
en mi capacidad de convencimiento o habilidad en dar lástima. Haría
mi mejor esfuerzo cueste lo que me cueste, todo menos dinero. Cruzar
el puente construido sobre el Tioyacu no era tan sencillo
durante esos instantes para el quien escribe. ¿Cómo cumpliría mi cometido de
atravesar aquella frontera que me transportaría a un mundo nuevo? Ansiaba
apreciar de cerca el cauce del río y la naturaleza de sus alrededores.
¿Cómo rompería la valla del desembolso o aportación? ¿Cómo podría no
gastar los pocos soles del bolsillo? ¿Cómo…? La cómoda vuelta a casa
dependería del desenlace de los sucesos de a continuación.
Las
citas bíblicas rotuladas en los carteles no eran de mucha ayuda, salvo que
encontrara efectivo bajo de éstas. Y con la esperanza de acertar con
alguna moneda en el suelo, recordando lo hecho en Moyobamba, anduve
con la cabeza gacha los escasos metros hasta el puesto de cobranza, montado
al inicio del puente. Hasta tuve el valor de hurgar un poco en el
interior de un tacho de basura amarrado con alambres en el tronco de
un árbol. No di con nada que me sacara del apuro. Había dos
personas en la entrada del puente. Ambas eran mujeres, una
dentro de la garita y la otra fuera. Conversaban tan amenamente, puede que
chismorreando, que no me pillaron con el brazo dentro del cilindro con
desechos. Eso no era parte del plan. Prefería recibir compasión sin
necesidad de dar actitudes de mendigo... Me limpié en el pantalón tras la
removida de basura. Quise realizar una última toma antes de hacer mi
actuación frente a la cobradora. Me dispuse a captar un cuadro fotográfico
del letrerillo de los precios (Niños: S/. 0.50 y Adultos
S/. 2.00) y de paso tener un vídeo del mismo, así que
dirigí de inmediato la lente hacia el objetivo. No conseguí lanzar el
flash, ya que en la pantalla de la cámara parpadeaban dos palabras en
inglés: Full Memory. La tarjeta de memoria se llenó.
No había espacio para almacenar más fotos. Felizmente todo estuvo predicho. Mis
constantes escapadas al campo me enseñaron que se debe estar prevenido ante
cualquier eventualidad. Por eso llevé una tarjeta de memoria extra.
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