21 abril 2011

Publicado abril 21, 2011 por con 2 comentarios

Tirando dedo hasta la naciente del río Tioyacu (Rioja, Perú)- Parte XIV



La cámara estaba lista para otra serie de tomas. Tenía para guardar muchas fotos y vídeos del recreo turístico naciente del río Tioyacu en la nueva memoria. Pero para eso debía seguir con mi recorrido. Y como ya dije durante el relato de esta travesía, no he gastado céntimo alguno desde que emprendí la caminata y tirada de dedo desde Moyobamba. El momento decisivo había llegado. Disparé el flash y acomodé unas cosas antes de pararme delante de la cobradora de entradas al centro de esparcimiento. Ésta platicaba con otra mujer. Ambas se callaron ante mi presencia. Las saludé y me respondieron con un “buenas, joven”. De inmediato, la del puesto de cobranza, una señora de tez parda y contextura delgada y la que aparentaba menos edad que la otra, soltó la frase que menos quería escuchar: “La entrada te costará 2 soles”. No es que no me la esperaba, sino que aún tenía fe que durante días laborables, el ingreso al recreo era gratis. Era martes y la paga para entrar debía de darse sí o sí… por el momento. Dependía de cuán habilidoso había alcanzado ser con las palabras. La meta era evitar sacar algo de los bolsillos. Así que me enfoqué en mi objetivo, para decir las frases adecuadas y no cometer ningún error. El siguiente párrafo es para que aprendan (Nota: En el discurso de a continuación no se usaron exactamente las mismas palabras)...


“Hola, señoras”, saludé observando lentamente a las dos mujeres. No olvidé de sonar cordial. “Ya leí el letrero de precios”, seguí hablándoles. “Pero quiero saber si ustedes son del pueblo de acá cercaNueva Jerusalén sino me equivoco —asintieron con diligencia—. Es que busco a alguien que me cuente curiosidades sobre el río Tioyacu —dijeron algo pero no escuché, así que no cerré la boca—. Soy difusor turístico de la región San Martín, vengo de Tarapoto, y hoy, lo que más deseo es informarme de este lugar, para promocionarlo en la página web que tiene nuestra agencia. La finalidad es que este centro no sea conocido sólo a nivel local, sino que el mundo entero sepa de su existencia y gente de los cinco continentes venga a visitarlo”. Hasta allí creo que hice un alto en mi actuada presentación. Me miraron en silencio. Luego, tratando de parecer preocupado, continué: “Sin embargo, como a todos suele pasarle una vez, hoy no ha sido mi día —las dos aguzaron la vista—; las cosas no han salido como lo esperé”. Suspiré. “Cuando venía en auto a este sitio desde la ciudad de Moyobambami billetera se deslizó del bolsillo trasero de mi pantalón sin percatarme, quedando de esta forma en el asiento. No hay manera de recuperarla, dado que caí en la cuenta cuando el carro ya se había ido de regreso”. Haciendo un mohín, me callé hasta ese punto. Quise estudiar con detenimiento las expresiones de mis interlocutoras. Concluí en que ambas mostraban leves indicios de consternación. Tampoco hablaron esta vez, de modo que alargué mi cháchara melodramática: “Tal y como lo oyen, señoras: peor suerte no puede tener uno. Apenas dispongo de diez soles. A las justas tengo para retornar a Tarapoto… Qué pena que no podré ingresar al recreo… Es por eso que al menos quiero llevar información de este hermoso trozo de la Amazonía…” Las mujeres se miraron entre sí. Por instinto, supe que aquella actitud era buena señal para el quien narra esta historia. Tosí al propósito. Voltearon hacia mí. La cobradora se preparó a decir algo, pero le interrumpí sutilmente, departiendo lo siguiente: “¿Harían conmigo una excepción? Si desean, les dejo este tablero —les mostré el tablón que tenía a mano que servía de soporte para tomar notas y de sujetador de papeles a la vez— que les puede ser muy de utilidad… ¿Les parece…? No se me ocurre de qué forma más pueda pagar la entrada”.


El mutismo de la cobradora fue una eternidad para mí. Tanto ésta como su acompañante estuvieron sin pronunciar nada durante unos segundos. No recuerdo si diez, veinte o treinta; pero sí sé que fueron muchos y desesperantes para este aventurero. Y cuando al fin la mujer de la garita habló, paré las orejas como un perro de caza y la vi más atentamente. Dijo algo que no me lo imaginé, sin embargo que sí, en cualquier posible respuesta, lo anhelaba: “Pase nomás, joven. No deje plata o cosas a cambio”. Mi agradecimiento fue tremendo. Por poco me atrevía a besarlas. Tal vez si hubiesen sido de mi generación, lo hubiera hecho sin dudarlo. Y luego de controlar un poco mi entusiasmo, volví a preguntar si sabían detalles sobre el río Tioyacu, o el centro turístico en sí. No obtuve datos nuevos de ninguna. Me contaron lo que ya conocía o suponía. De todos modos las agradecí. La operación “Ingresar sin pagar” había sido un éxito. Aquel mediodía, un nuevo talento emergió de este blogger. Y no digo que sea la habilidad de mentir, ya que la perorata que leyeron resultó, en parte, verdad. De lo que estoy hablando es de tener cualidades de convencimiento y dotes de actor. No indico que carecía de éstas, sino que ese día realmente demostré que soy un digno convencedor y teatrero. Ahora el recreo turístico naciente del río Tioyacu posaría para la cámara del Caminante. Más y mejores fotografías y vídeos de una de las corrientes de agua más bellas del Perú estaban apunto de ser imortalizados.
Con un “nos vemos” me despedí de las señoras. El río Tioyacu, desde ese instante, se hallaba a mi completa disposición. Ubicado desde el puente con estructura de madera y techo de hojas secas de palmera, empecé las tomas, ahora más de cerca y enfocadas. Desde ahí, me sentí más cómodo y satisfecho. Había conseguido lo que me propuse. Muestra del trabajo fotográfico de esos primeros minutos lo pueden apreciar en este postCon un solo clic en cada una de las imágenes, su navegador web abrirá otra ventana o pestaña para verlas en alta resolución. ¡Qué las disfruten!
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