La
cámara estaba lista para otra serie de tomas. Tenía para guardar muchas fotos
y vídeos del recreo
turístico naciente del río
Tioyacu en la nueva memoria. Pero para eso debía seguir con mi
recorrido. Y como ya dije durante el relato de esta travesía, no he
gastado céntimo alguno desde que emprendí la caminata y
tirada de dedo desde Moyobamba.
El momento decisivo había llegado. Disparé el flash y acomodé unas cosas antes
de pararme delante de la cobradora de entradas al centro
de esparcimiento. Ésta platicaba con otra mujer. Ambas se callaron ante
mi presencia. Las saludé y me respondieron con un “buenas, joven”. De
inmediato, la del puesto de cobranza, una señora de tez parda y contextura
delgada y la que aparentaba menos edad que la otra, soltó la frase que menos
quería escuchar: “La entrada te costará 2 soles”. No es que no me la
esperaba, sino que aún tenía fe que durante días laborables, el ingreso
al recreo era gratis. Era martes y la paga para entrar debía de darse sí o
sí… por el momento. Dependía de cuán habilidoso había alcanzado ser con las palabras.
La meta era evitar sacar algo de los bolsillos. Así que me enfoqué
en mi objetivo, para decir las frases adecuadas y no cometer ningún error. El
siguiente párrafo es para que aprendan (Nota: En el discurso de a
continuación no se usaron exactamente las mismas palabras)...
“Hola,
señoras”, saludé observando lentamente a las dos mujeres. No olvidé de
sonar cordial. “Ya leí el letrero de precios”, seguí hablándoles.
“Pero quiero saber si ustedes son del pueblo de
acá cerca, Nueva
Jerusalén sino me equivoco —asintieron con diligencia—. Es que
busco a alguien que me cuente curiosidades sobre
el río Tioyacu —dijeron
algo pero no escuché, así que no cerré la boca—. Soy difusor turístico
de la región San Martín, vengo de Tarapoto,
y hoy, lo que más deseo es informarme de este lugar, para promocionarlo en
la página web que tiene nuestra agencia. La finalidad es que este centro no
sea conocido sólo a nivel local, sino que el mundo entero sepa de su
existencia y gente de los cinco continentes venga a visitarlo”. Hasta allí
creo que hice un alto en mi actuada presentación. Me miraron en silencio.
Luego, tratando de parecer preocupado, continué: “Sin embargo, como a todos
suele pasarle una vez, hoy no ha sido mi día —las dos aguzaron la vista—; las
cosas no han salido como lo esperé”. Suspiré. “Cuando venía en auto a este
sitio desde la ciudad de
Moyobamba, mi billetera se deslizó del bolsillo trasero de mi
pantalón sin percatarme, quedando de esta forma en el asiento. No hay
manera de recuperarla, dado que caí en la cuenta cuando el carro ya se
había ido de regreso”. Haciendo un mohín, me callé hasta ese punto. Quise
estudiar con detenimiento las expresiones de mis interlocutoras. Concluí en
que ambas mostraban leves indicios de consternación. Tampoco hablaron
esta vez, de modo que alargué mi cháchara melodramática: “Tal y como lo oyen,
señoras: peor suerte no puede tener uno. Apenas dispongo de diez soles.
A las justas tengo para retornar a Tarapoto… Qué pena que
no podré ingresar al recreo… Es por eso que al menos quiero llevar
información de este hermoso trozo de la Amazonía…”
Las mujeres se miraron entre sí. Por instinto, supe que aquella actitud era
buena señal para el quien narra esta historia. Tosí al propósito. Voltearon
hacia mí. La cobradora se preparó a decir algo, pero le interrumpí sutilmente,
departiendo lo siguiente: “¿Harían conmigo una excepción? Si desean, les
dejo este tablero —les mostré el tablón que tenía a mano que servía de soporte
para tomar notas y de sujetador de papeles a la vez— que les puede ser muy de
utilidad… ¿Les parece…? No se me ocurre de qué forma más pueda pagar la
entrada”.
El
mutismo de la cobradora fue una eternidad para mí. Tanto ésta como su acompañante
estuvieron sin pronunciar nada durante unos segundos. No recuerdo si diez,
veinte o treinta; pero sí sé que fueron muchos y desesperantes para este aventurero.
Y cuando al fin la mujer de la garita habló, paré las orejas como un perro de
caza y la vi más atentamente. Dijo algo que no me lo imaginé, sin embargo que
sí, en cualquier posible respuesta, lo anhelaba: “Pase nomás, joven. No deje
plata o cosas a cambio”. Mi agradecimiento fue tremendo. Por
poco me atrevía a besarlas. Tal vez si hubiesen sido de mi generación, lo
hubiera hecho sin dudarlo. Y luego de controlar un poco mi entusiasmo, volví
a preguntar si sabían detalles sobre el río Tioyacu, o el
centro turístico en sí. No obtuve datos nuevos de ninguna. Me
contaron lo que ya conocía o suponía. De todos modos las agradecí. La
operación “Ingresar sin pagar” había sido un éxito. Aquel mediodía, un
nuevo talento emergió de este blogger.
Y no digo que sea la habilidad de mentir, ya que la perorata que
leyeron resultó, en parte, verdad. De lo que estoy hablando es de
tener cualidades de convencimiento y dotes de actor. No indico que
carecía de éstas, sino que ese día realmente demostré que soy un digno
convencedor y teatrero. Ahora el recreo turístico naciente del río
Tioyacu posaría para la cámara del Caminante.
Más y mejores fotografías y vídeos de una de
las corrientes de agua más bellas del Perú estaban
apunto de ser imortalizados.
Con
un “nos vemos” me despedí de las señoras. El río Tioyacu,
desde ese instante, se hallaba a mi completa disposición. Ubicado desde el
puente con estructura de madera y techo de hojas secas de palmera, empecé las
tomas, ahora más de cerca y enfocadas. Desde ahí, me sentí más cómodo y
satisfecho. Había conseguido lo que me propuse. Muestra del trabajo
fotográfico de esos primeros minutos lo pueden apreciar en este post. Con
un solo clic en cada una de las imágenes,
su navegador web abrirá otra ventana o pestaña para verlas en alta
resolución. ¡Qué las disfruten!
EL lugar se ve lindo.
ResponderEliminarLindo paisaje y que gran paseo te diste.
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