Espero
perdonen la demora... El centro
turístico naciente del río
Tioyacu sería explorado de pies a cabeza. No limitaría mi tiempo
durante el recorrido de los ambientes. Mi visita acabaría en el momento
que creyese conveniente. Quise contar con material más que
suficiente para publicar en Internet. Ni la sed ni el hambre serían
impedimento para llevarles a las pantallas de sus monitores las fotos de
este encantador recreo
ecoturístico. En el interior de mi mochila —mayormente— había líquido,
y no alimentos sólidos. Recuerdo que una pequeña y pálida manzana era
lo único que tenía para comer; y por lo que alcanzo a hacer memoria, había
cogido la fruta de un cesto del comedor del hotel,
junto con un plátano y una mandarina. Tanto a la banana como al cítrico, los
había devorado antes de mi partida al espectacular complejo natural. Tenía
poca agua, pero sí regular bebida gaseosa, dos botellas descartables de
sodas de marcas muy populares. Después de fotografiar con zoom la traslúcida corriente del Tioyacu, disfruté
uno o dos traguitos de la de color amarillo y esperé a que unos niños
se retiraran del agua para poder realizar una toma de la naciente,
libre de la presencia humana. “Buen momento para beber una Inca Kola”,
dije tal vez. Y es que como buen peruano, elegí la hora clave para
saborear la gaseosa representativa de mi (nuestra) patria, repito,
la Inca Kola. Casi como cantar el himno nacional mientras el
sol brilla en mitad del cielo. Sólo hubiese faltado un ceviche como
plato principal. Claro, éstas son costumbres que
solamente la gente de Perú sabe
vivirlas. Lástima que durante el inicio de esa tarde no hice el “ritual”
completo.
Acuérdense
que poseía dinero para la “bolsa de viaje”. Sin embargo, los
S/. 2.80 eran escaso efectivo para facilitarme de un “plato bandera”. Si
en Tioyacu vendían
ceviche, éste costaría como S/. 10.00, mínimo. Con la plata que
tenía, apenas quizás me daría para comprar otras frutas, pero debía de
guardarla en caso de una emergencia. Nunca se sabe, hasta que los apuros
aparecen. Como advierte el dicho: “Guardar pan para mayo”. Pero en
este caso, no llevaba ni una miga para aunque sea darle un pellizco de vez en
cuando. “…A comer manzana”, me dije a media sonrisa, acordándome de
lo que tenía para consumir; y mordisqueé mi única fruta hasta la mitad. El
resto lo reservé para más tarde, cuando el hambre taladrara mis tripas. Y para
ser una persona de “buen diente”, estaba siendo irremediablemente estoico.
Luego
de preparar de nuevo la cámara, lo único por lo que brillaban
los rayos solares, eran por su ausencia. La capa nubosa
fue descendiendo. En cualquier minuto caería la lluvia, muy común en
esta parte del Alto Mayo,
incluso en época de verano. Y no por eso, mi oficio de fotógrafo y
“filmador” se vería evitado. Nada más —los visitantes y lectores más
fieles— hagan repaso mental a los posts de Visita
Turística a los Baños Sulfurosos de Oromina. El día de esa salida turística,
pese a la persistente y tupida llovizna, llegué a sacarle provecho a la cámara
que porté, una prestada a otra persona. En Tioyacu haría
lo mismo. Y, no viene a ser por menospreciar a las Aguas
Sulfurosas de Oromina en Moyobamba, en
la Naciente
del Río Tioyacu me esforzaría más en la serie de tomas fotográficas y
fílmicas. En definitiva, lo que menos deseaba capturar con el
artefacto digital eran a los bañistas o al gentío de los alrededores. Ese
problema no lo he tenido en Oromina. La
segunda y séptima (penúltima) imagen de esta parte de mi narración, muestran
una de las pocas fotos que capté de la multitud. Estas dos y otras más las
tomé con el fin de revelar que en el centro
de esparcimiento del río Tioyacu hay
bastante afluencia del público en general, sea el día que fuera, ya sea
laborable, fines de semana o feriados… Ese martes, casi comienzo de semana, por
la mayoría de cada ambiente recreacional, hasta donde daba mi
vista, habían visitantes y/o turistas, de modo que tendría que ser ágil y
paciente al instante de querer dar mis disparos con la cámara. Es un trabajo
duro, pero alguien tiene que hacerlo.
…Me
quedé unos minutos más en el puente de madera. Fotografié
un letrero sujeto en las vigas del techo, y como pueden leerlo en la
imagen, allí fue escrita (pintada) otra cita bíblica, una de un libro
del Antiguo Testamento, Colosenses 1:16: “Porque en Él fueron
creadas todas las cosas, las que hay en los Cielos y las que hay en la Tierra,
visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean
potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él”… Y así, por todo
el complejo iría topándome con estos carteles
religiosos, evidenciando claramente que en Nueva Jerusalén,
el pueblo cerca
al río Tioyacu, los
pobladores eran devotos cristianos, creyentes de Jehová, dato que
especifiqué en la Parte
X de este gran relato mochilero… De la misma manera que subí las
escaleras del puente, también las bajé: filmando. Previo al descenso, saqué una
foto de las gradas. Abajo, ya fuera del puente entechado, seguí grabando mi
entorno, con la gente en fondo y en medio de los cuadros, haciendo todo tipo de
actividades. Sin siquiera imaginarme, delgadas líneas de luz solar se
filtraron por las aberturas de algunas nubes e iluminaron un poco el recreo. No
por eso la obligada precipitación pluvial del día se estaba acobardando. Al
contrario, caería en cualquier segundo. Ya no la esperas, sólo la sientes;
acabarás mojado mientras menos lo esperes. Y así como se viene, así se va: de
una forma tan repentina como el romper de un cascarón o el marchitar de una
rosa. Pues todo es respuesta al ciclo natural de los fenómenos
atmosféricos templados y tropicales de un “trozo” de la Amazonía peruana,
que muchos y —paradójicamente— pocos lo conocen. Me refiero —¡a quién más!—
al valle
del Alto Mayo y sus zonas boscosas adyacentes, siendo las riberas
del Tioyacu uno de los tantos lugares colmados de belleza
edénica, belleza además que no es sólo un placer para los ojos,
sino para la totalidad de los sentidos y el alma misma, un placer regocijante
si en verdad lo percibes con sabiduría… Y hasta aquí la poesía.
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