02 septiembre 2011

Publicado septiembre 02, 2011 por con 0 comentarios

Tirando dedo hasta la naciente del río Tioyacu (Rioja, Perú)- Parte XVIII


El río Tioyacu y sus alrededores son igual o más bellos que muchos de los paisajes caribeños. Si han leído la Parte XVII, la anterior, de esta tirada de dedo hasta el recreo turístico en mención, sabrán de lo que estoy “hablando”; pues mejor, para que vayan a la par de la “vista cautelosa y comprensible” de estos párrafos siguientes, es importante retroceder, si es posible, a la Parte I. Es recomendable, a aquellos que les guste enterarse de las andadas de extraños e informarse de qué sitios ecoturísticos cuenta la región San Martín del Perú, den una ojeada a los relatos de pasadas fechas (sobre cascadas principalmente). Eso ya es decisión de cada uno… Luego de este breve receso en la narración, y de este modo habiendo invitado a “explorar” el resto de Me Escapé de Casa, mi blog personal, seguiré reviviendo mi recorrido turístico de hace diez meses, ni un día más ni un día menos:

Las fotografías y filmaciones se sucedieron por más de éstas. Poco a poco me fui alejando de la gente. Sin ninguna prisa, marchaba por un camino hecho con piedras afirmadas. Iba en ascenso. El río Tioyacu corría a mi derecha, como a cinco metros de distancia. A medida que seguía, el color de las aguas cambiaba. Por aquella parte, nadie aún se había sumergido. Veía adolescentes en las orillas, apreciando el río hablando en voz alta, y al otro lado del sendero, a la izquierda de mi posición. Más del cincuenta por ciento eran de sexo femenino y andaban en traje de baño, algunas mudándose tras la toalla que la amiga —o amigo (enamorado o quizás de “doble filo”)— la abría de extremo a extremo a prueba de mañosos. Por supuesto, que el autor de este sitio no estaba incluido dentro de ese género de inescrupulosos. Ni que fuera Súperman para contar con vista de Rayos-X. Además, después habría oportunidad de distraerse; pero no en lo que estarán pensando. Nada de malicia. Como dice un amigo: “De frente al ataque”. O sea, a presentarse y comenzar a cortejar. ¿Para qué sólo ver si se puede llegar a más…? Dejemos eso para más adelante, que no falta mucho.

De un momento a otro, todo lo que obvié que pasaría, pasó simplemente: la lluvia cayó, sin olvidarse de su remojar diario al Centro Turístico Naciente del Río Tioyacu y derredores. Pero, en vez de lluvia, creo que mejor debería ser llamada garúa. Las gotas eran tan menudas que ni siquiera hice el trabajo de buscar la sombra de algún árbol. Solamente guardé la cámara en su estuche y me detuve en un canto rocoso del Tioyacu. A un rato subí unos metros más y me quedé entre dos arbustos. El río corría como a dos metros debajo del nivel de la orilla. Casi estaba seguro que ése era el punto predilecto para que los bañistas se lancen al agua, de color verde azulado en ese curso. Pronto confirmaría mis sospechas… Rogé interiormente que la precipitación finalizara en pocos minutos, y si no llegara a ser así, las fotos y vídeos tendrían que continuar, procurando no mojar el aparato. Haciendo las veces de paraguas a una de mis manos, hubiese sido muy útil. Para suerte, eso no resultó necesario. La llovizna fue benevolente. Entre cinco y diez minutos recuerdo que duró.

Cuando me dispuse a reanudar mi recorrido por el recreo de esparcimiento, escuché una voz detrás de mí. Una chica, de 14 a 17 años aproximadamente, pedía la colaboración de este bloguero: “¡Joven! ¿Me puedes tomar unas fotos en compañía de mi amiga?”. Antes de responderla, ya me hacía entrega de su cámara. Instantes después, alucinaba de fotógrafo de moldelos. Las muchachas tenían lo suyo: proporcionadas por arriba y por debajo y siempre con la sonrisa en los labios; sin embargo, había algo en ellas que no me gustaba tanto: su edad. El rostro y su comportamiento los delataba. Sus facciones eran frágiles y cotilleaban chiquilladas. Pese a ese par de aspectos, que no llegaban a cumplir mis expectativas, sentí atracción hacia ellas que poco estuve de pedirle sus números de móvil. Lo que me detuvo, aunque a muy duras penas, fue cuando la conciencia me asaltó, pues las llevaba en edad por una década más o menos. Unos años más y podrían ser mis hijas. Empero, sería pecar de mentiroso si les digo que el cuerpazo que tenían las nenas, no me hirvió las hormonas.

Tras despedir a las chicas y recibir su agradecimiento, eludiendo cualquier tipo de diálogo, continué haciendo lo mío con la Exilimcaminando metros más arriba por las orillas del río Tioyacu, ahora demasiado rocosas y cubiertas de regular musgo. Traté de no pisar las que permanecían con mayor humedad, dado que esas eran las de temer. Un resbalón podría acabar con la utilidad del cacharro, y al no pertenecerme, el problema se multiplicaría por dos: uno, el material en la tarjeta de memoria se limitaría a lo juntado hasta ese momento; otro, tendría que devolver una nueva cámara al dueño. Lo primero se daría sólo si en caso el dispositivo de almacenamiento se salvara de mojarse. También, si la cámara fuera de mi propiedad, la desesperación de comprar otra vendría a ser menor. Para alivio de este explorador nada grave ocurrió. Las aguas azul plateadas y verdosas del río Tioyacu han sido capturadas en forma de imágenes para que ustedes, visitantes, las puedan apreciar durante la lectura de estas líneas. A diferencia de las del anterior post, éstas se editaron para la mejora de su calidad, incluso la de la planta con raíces aéreas y los canales artificiales. La última de estas (la cuarta del presente artículoes muestra de la desmedida interferencia del hombre en la naturaleza. La colgué como adelanto de lo que en las próximas y últimas partes trataré: En el Centro Turístico Naciente del Río Tioyacu, lamentablemente, no todo es belleza natural. Verán que es una pena lo que la inconciencia humana es capaz de hacer, aflicción propia que ya di a marcar a manera de comentario.



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