Las artesanías en el pueblo de Lamas (tallado, esculpido, cerámicas, pintura, disecado, tejidos, etc.) son el legado de una cultura que ha sabido mantenerse casi tal y como se concibió en tiempos remotos. La primera imagen de este post, al igual que la quinta del anterior, prueba la gran práctica que tienen los lamistos en la talla en madera. La figura de la araña es de una especie bastante común en los bosques de la región San Martín, caracterizada por ser de tórax y abdomen abultado con patas largas y delgadas, alcanzando, a veces, el tamaño de una manzana pequeña. Yo mismo, durante mis caminatas por los cerros y lomas de esta parte del Perú, vi a muchas de estas arañas mimetizadas con la hojarasca de los lados del sendero o vagando en terrenos arenosos, por los cuales también desfilaban hormigas de un extremo a otro de la trocha. Por su color pardo o cobrizo claro, estos artrópodos pueden pasar desapercibidos cuando se encuentran quietos en el suelo; pues la tierra de Lamas y sus alrededores es reconocida por su composición arcillosa, factor determinante que permite la extracción del material en bruto para la construcción de las casas y la elaboración de las cerámicas.
Si bien aquel día no pude descubrir cuál es el proceso de creación (de principio a fin) de un recipiente de barro, empero sí, llegué a ser testigo del proceso completo de otros de los artes sobresalientes dentro de la cultura lamista, que incluso osaría decir, mucho más desarrollado o perfeccionado que la cerámica. Amigos lectores, no estoy hablando de otra cosa que la del hilado y el tejido, consecutivamente. Las indígenas más ancianas son expertas en ambos, y puesto que desde su tierna niñez han ido aprendiendo y afinando estas labores, ahora ya no hay quien las iguale.
El artefacto de madera que se muestra en la segunda imagen es la tradicional máquina para hilar, utilizada por las artesanas en su quehacer diario. Verán que se trata de un ingenioso mecanismo, que no requiere de complicarse tanto para poder funcionarlo; simplemente con la acción de repetidas pisadas sobre la palanca de la parte inferior, las dos ruedas darán vueltas sin parar, la del centro empezará a activarse por los giros de un eje, que a su vez es movido por un brazo articulado (o tipo de biela) unido al pedal, y en seguida, la rueda superior hará lo mismo cuando el hilo conectado entre una y otra (de forma que crean una clase de polea) dé vueltas por el canal de la rueda inferior, similar a un carrete. En sí, se toma el mismo principio que se pensó para conectar con una cadena el piñón y la catalina de una bicicleta; es decir, el hilo, que a un comienzo fue algodón cosechado de los huertos o chacras del propio Huayco, vendría a ser como la cadena. Poco a poco, mientras más se giran las ruedas de la máquina, el algodón (ya con todas las semillas quitadas) se irá transformando en un delgado y resistente filamento, que finalmente, pasará a llamarse hilo. Éste se extenderá y desprenderá de la rueda superior, y se debe ser muy hábil con las manos para obtener uno que no es fácil de romper.
Cuando las lamistas ya creen que obtuvieron el suficiente hilo, si es que aún no lo usarán para tejer, lo van enredando en una varilla de metal o de madera. La mayoría de este hilo es antes teñido con colores vistosos, más cálidos que fríos. Recordarles que los tintes son fabricados con materiales que los indios adquieren de la propia naturaleza… Al momento que las nativas deciden empezar a tejer, éstas van en busca del hilo necesario para su trabajo. Lo desenredan. Unen unas cuantas tiras y las entrecruzan por cuatro clavos enterrados en posiciones estratégicas. Para que puedan entender mejor las últimas líneas narradas y las que seguirán, tendrán que ver el vídeo dispuesto al final de esta serie de posts, por tanto como se suele decir, por los ojos entra mejor la lección que por la palabra. Ahí muestro escenas de la anciana hilandera haciendo lo suyo, partiendo desde cero hasta invitar a su público a practicar su arte.
Y en efecto, varios estudiantes, alumnos de mi prima Ana Luisa, se animaron a tejer bajo las indicaciones de la “mamacha”. Mi pariente los incentivó, convirtiéndose en la primera voluntaria en coger los hilos. Según mi opinión, todos lo hicieron a su manera, unos con más destreza que otros. Mientras lo hacían, no le di tregua a la batería de la cámara fotográfica, que la usaba además para filmar. Fui imitado por muchos jóvenes espectadores, e incluso algunos se valían de sus celulares o iPhones. Aprovechando que Ana y la guía turística tenían la atención de todo el mundo, aconsejaron duramente a los muchachos prestar mayor interés en la “clase de campo” que se está desarrollando en el barrio Huayco de Lamas; así que el jalón de orejas iba en especial para las parejitas de enamorados, los ludópatas de juegos móviles y los somnolientos. Con aquellas llamadas de atención y la participación de media docena de jóvenes en el tejido, la clase llegó a su fin.
Antes de retirarnos de la tienda de artesanías, tomé algunas fotos más de los objetos que se ofrecían a los visitantes y/o turistas. Para mi mala estrella, casi ninguna me salió nítida. De la desastrosa galería pude rescatar la foto de la cerbatana que puse en esta entrada. Conocida más como pukuna en la cultura lamista, la cerbatana es un arma blanca compuesta de un canuto (parte de una caña comprendida entre dos nudos) en el que se introducen distintas clases de dardos, flechas pequeñas y demás proyectiles punzantes que son disparados soplando a todo pulmón desde una de las puntas. Su denominación, pukuna, es originario de la palabra quechua pukuy o soplo. De ahí que “El Pukunero”, el nombre del local artesanal, significa algo como “El Soplador”. Eso me lo dijo el mismo propietario de la tienda, que aparte me tradujo la frase del letrero sobre la puerta de ingreso. Sin embargo, lastimosamente extravié mis notas, y tuve que acudir a otro quechuahablante. Fue un ex-compañero de la universidad, Aquilino Chujandama, el responsable de traducirme el rotulado. En español, allí dice: “Ven aquí, yo te enseñaré todo lo que haya o lo que sepa”.
Y así, alrededor del mediodía, el quien escribe y cada uno de los que me acompañaron en la tienda de artesanías más concurrida del barrio Huayco de Lamas, nos retiramos a nuestros respectivos destinos. Regresé junto con mi prima a Tarapoto… ¡Recuerden ver el vídeo, hasta otro paseo o aventura!
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