07 junio 2012

Publicado junio 07, 2012 por con 0 comentarios

Caminata a dos Cascadas del Río Shilcayo, Vestido de la Novia y Tamushal (Cordillera Escalera, Perú) - Parte I


En un día durante la primera mitad del año 2010, a eso de las 6:00 a.m.el quien escribe se despertó ansioso y lleno de energías. Junto con mi hermano, Juan Luis (Juanito), y mi primo, José Carlos (Checa o Cayo), planeamos salir de caminata hacia dos caídas de agua de la Cordillera Escalera, la cascada Vestido de la Novia y Tamushal, ambas formadas por el curso del río Shilcayo. Les recomendaría que lean el post anterior para que se acomoden mejor en el relato y así se eviten vacíos incomprensibles… Bueno, en lo que iba. Nuestros destinos fueron las dos primeras cascadas del Shilcayo, pero no solamente iríamos los tres; una semana atrás Juanito y Checa (alias derivado de Che-Carlitos) habían invitado a otras personas. Y es ahora donde debo presentar a cada una de éstas: Gina Paola, en ese tiempo, la enamorada de mi primo; actualmente convive con ella y son padres de mi sobrina, Camilita. El resto de gente eran todos trabajadores del Instituto de Cultivos Tropicales (ICT), compañeros de mis parientes: Dante (camarógrafo y reportero), María Julia o MajuAbel (enamorado de esta última), Paquita, y finalmente Meyer.

Auguré sol intenso durante todo el día. Si llovía, era muy probable que lo hiciera por pocos minutos y que no pasaría de una refrescante garúa. Las condiciones climáticas eran las adecuadas para que nuestra exploración de la naturaleza se desarrollara sin percances o contratiempos. Juanito dijo estar tan entusiasmado como yo para la caminata. Checa no tardó en llegar. A apenas un cuarto de hora de despegar los ojos, estuve abriéndole la puerta. Al rato, luego de dejar algunos trastos en su sitio, disfrutamos los tres de un moderado pero delicioso desayuno en el comedor de casa. Y restando aún regular para las siete de la mañana —este blogger con sólo dos botellas con agua en una bolsa—, el trío partió directo hacia el Noreste, hasta detenerse primero en una bodega para la compra de más viandas, y después en el centro o la zona más urbanizada de la ciudad, la Plaza de Armas de Tarapoto. Allí, sentados sobre un muro, esperamos a los demás del grupo, los que a su vez conformarían la mayoría. Gina fue la primera en darnos el encuentro. A una cuadra de la plaza, ésta había aparecido en un mototaxi o motocarro (trimóvil para el servicio de transporte público) al que mi primo, sin olvidar la caballerosidad, tuvo que ir corriendo a pagar la “carrera”. No pasó mucho, y Maju, Abel, Dante, Paquita y Meyer se nos unieron casi seguido uno del otro. Nunca antes había visto a estos individuos, al menos personalmente. Checa, aunque pensé que lo haría Juanito, rompió el hielo, y me los presentó de uno en uno. A algunos ya los conocía a través de fotos, pues de forma casual vi el perfil de Facebook de mi hermano abierto en la computadora de casa, y de ahí fue sencillo la cosa. Cibernautas amantes de la aventura, para qué explicarles más. Quien no me entiende, es porque jamás ha usado la popularísima red social. Muy difícil que eso suceda, ¿no…?
Las edades de los integrantes del grupo iban desde los 22 (caso de Juanito) hasta los 45 o 50 años (caso de Dante). Quizás más de la mitad eran veinteañeros. Todos, excepto Dante y yo, resultaban ser estudiantes o profesionales en Agronomía o en carreras afines a ésta. Gina (la de blusa morada) es un poco mayor que mi hermano (el de polo azul con Perú escrito en el pecho), y con él habían coincidido en ciertos cursos de la universidad en la profesión (ingeniería) arriba mencionada. Checa asimismo, en determinadas ocasiones, ha llevado materias con ambos; y es así como Gina, cada vez más, fue conociendo a mis dos parientes. Y luego, entre visita y visita o entre reunión y reunión, también yo la fui tratando, hasta forjarla amistad. En cuanto a mi socialización con las cinco personas presentadas en ese entonces en la plaza, todavía era demasiado temprano para establecer si la misma prosperaría o empeoraría en el transcurso de las siguientes horas; no sabía a ciencia cierta si simpatizaría con ellos, pero algo me decía —presentía— que durante una sola caminata no bastaba para caerles bien a algunos. Y acerté, sin embargo, será mejor que evite adelantar los acontecimientos…
Tras unas últimas coordinaciones, empezamos la caminata. Salimos de la plaza por la esquina Norte y continuamos de frente por el Noreste por el jirón Ramírez Hurtado, barrio Suchiche. Andamos cinco cuadras hasta la avenida Circunvalación; después avanzamos un par de cuadras por esta última vía, la que se prolongaba hacia el Noroeste, rodeando a la zona más habitada de Tarapoto. En seguida, ingresamos por un desvío que descendía por la derecha de la calle. Pronto la ruta mantendría casi un mismo nivel. A partir de ese punto, el trayecto hasta la bocatoma del río Shilcayo se daría a través de un camino sin asfaltar, de 3.5 a 7 metros de ancho aproximadamente. Las viviendas van disminuyendo en número a medida que se continúa. En tanto nos alejábamos de la civilización, iríamos observando a los lados más chacras, fundos y recreos turísticos. A pesar de que el sol incrementó su brillo, por la menor densidad de nubes, se respiraba un aire más fresco y puro, y momentáneamente nos aventaba una sutil brisa. De modo que, en realidad, la práctica de ecoturismo no hubo iniciado hasta que recién estuvimos caminando a la compañía del trino de los pájaros y el olor de la vegetación.
La tierra estaba húmeda, e incluso había charcos pero ya casi secos. También noté rocío en varias hojas y flores. Todo indicaba que una suave precipitación remojó las plantas, o el bosque entero, de la Cordillera Escalera y sus alrededores durante la pasada noche o madrugada… Fui sorprendido por las fotografías de Meyer y las filmaciones de Dante cuando ni siquiera llegábamos a la bocatoma. Las lentes fueron dirigidas tanto a nosotros como a la propia naturaleza. Lo primero me gustó más, ya que no llevé ningún tipo de cámara. Sabía que de la bocatoma para adelante ya no veríamos viviendas o centros de esparcimiento o relajamiento, sino sólo fundos, pero muy raras veces. La selva sería nuestro entorno inmediato. Se puede decir que la Cordillera Escalera es en sí como un “pedacito” de la Selva Amazónica, de toda la “esponja verde” que cubre el continente sudamericano, de Norte a Sur y de Este a Oeste. Es el hábitat de muchas especies de animales únicas en el mundo, tal como ocurre con las ranas de colores y las mariposas. Un paraíso por explorar, aprender a valorar y conservar para que las generaciones futuras cuenten con oxígeno limpio que respirar, y tengan un medio ambiente aún habitable, en el que vivir sanos y cómodos no sea un privilegio para la minoría, sino una oportunidad libre para todos. Eso me recuerda a la frase de una carta del jefe de Seatleen respuesta al presidente de los Estados Unidos de 1854 porque este mandatario hizo una propuesta de comprar gran parte de sus tierras a una tribu india: “La Tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la Tierra” Y si no lo sabían, la carta sigue así: “Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado”.
Creo que fueron cerca de las ocho de la mañana cuando llegamos a la bocatoma. Yo me había adelantado unos metros. La pequeña estructura hidráulica que captaba agua del Shilcayo fue construida en un curso del río por donde las orillas estaban bloqueadas por muros de roca musgosa. Aquello influye bastante en la temperatura: Siempre es menor por esta parte de la corriente de agua. En ese tiempo aún no montaban una caseta de control por los límites de este biodiverso bosque, de forma que entramos al Área de Conservación Regional Cordillera Escalera sin pagar a un guardaparques o a alguien que brindara un servicio similar. Tampoco encontramos guías turísticos que nos condujeran hacia las dos cascadas que teníamos como destino, Vestido de la Novia y Tamushal. No obstante, no había necesidad de hallar a un experto de la zona; nuestros conocimientos vendrían a ser suficientes. Imposible perderse.
Descansamos un rato en la bocatoma. En general lo hicimos por las chicas, puesto que la caminata se volvería más agotadora, con constantes ascensos y descensos, cruces del río, y terrenos agrestes. Apostamos cuánto demoraríamos en llegar a la primera y segunda cascada del Shilcayo. No se trataba de una competencia en la que el ganador es el primero en arribar a las caídas de agua, dado que andaríamos al mismo ritmo, deteniéndonos de vez en cuando para las fotos y apreciar el paisaje. La apuesta la ganaba el quien mejor estimaba el tiempo en que se tarda hasta el Vestido de la Novia y Tamushal, caminando sin prisas ni retrasos. Era temprano, y teníamos la mañana completa y un poco de la tarde para sentir la aventura por las márgenes del río, los senderos empinados, el frondoso bosque y, por supuesto, las bellas caídas de agua del Shilcayo.


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