El cruce
de la bocatoma del río Shilcayo fue
invadido por los destellos de flashes de las cámaras,
disparados principalmente por los compañeros de trabajo de Juanito y Checa. Y
mientras permanecía quieto sobre un lugar fijo, Dante, con su
tradicional cámara de vídeo profesional, filmaba
la verde naturaleza y
nuestros calmosos pasos a través de las piedras y troncos de las partes poco
profundas del curso
de agua. Es una pena que hasta hoy no he conseguido las tomas que rodó
el “desaparecido” Dante durante la caminata a
las dos primeras cascadas del Shilcayo. Ni
por un solo medio, o al menos por los que intenté, pude contactar
con él. Las malas noticias corren, por eso no creo que haya… Este tío está
“vivito y coleando”, filmando infatigablemente los paisajes del Perú y
el resto de Sudamérica. Casi se los puedo asegurar. OK! Dante
Alarcón, si te hallas leyendo esto, por favor comunícate urgente
conmigo vía e-mail. Cliquea AQUÍ para
hacerlo de la forma más rápida y fácil.
El
camino se hizo más angosto y accidentado. Debo confesar que no avanzábamos de manera
ordenada. Estábamos lejos de ir en fila india, pues, cuando el
sendero se volvió más agresivo a un tercio de kilómetro de la bocatoma, solíamos
agruparnos con los que mejor congeniábamos. Era inevitable. Paquita se
juntaba con Maju y Abel, Meyer a veces con Dante, y yo con mis familiares y
Gina. Iniciar una plática cómoda con los nuevos rostros entre tropiezos
y agitaciones sería pecar de demasiado optimista. Quizás al llegar a
las hermosas caídas de agua amazónicas,
al Vestido
de la Novia o a Tamushal,
se daría la oportunidad de conversar gratamente con algunos de ellos. Hasta ese
momento no pasaba de decir frases como “¿qué tal la subida?”, “tengan cuidado
de no resbalar por acá”, “pisen bien”, o “¿tienen aún muchas energías?”. Raras
veces tenía el espacio de bromear; además no quise cometer el error de ser
muy confianzudo, en especial con Meyer, que casi no le vi sonreír, ni siquiera
con sus amigos. Poco a poco iba estudiando el carácter de cada uno. En
una caminata más duradera o un camping las probabilidades de
trabar amistad —no lo dudo— hubiesen sido muy altas. Nunca
he tenido muchos problemas con eso desde que ingresé a la universidad.
Hasta
una hora o un poco más de caminata ya podía tantear la
personalidad de los compañeros de mis parientes. La vegetación de
los lados del sendero se tornó más espesa y la población de insectos se
intensificó, siendo las hormigas y los grillos con los que uno se
encontraba con mayor frecuencia. Sentí algo de calor, así que me mojé
la cabeza en el río Shilcayo.
Luego, como a unos cinco minutos, casi todos juntos, llegamos a un
mirador ecológico erigido en mitad del camino, y que se trata del
mismo del que hablo en la Parte
VII de la Caminata a la Primera Cascada del Río Shilcayo. Desde que
estuve al pie de la primera escalera, me di cuenta que la especie de
atalaya tenía la madera más desgastada a comparación del 2008, además de
que el moho y las hojas cubrían regulares superficies. En fin, el
mirador eco-turístico fue
descuidado en cierta medida, pero no hasta el extremo de quedar al borde del
desplome. Aquel día el piso de los dos niveles estaba todavía firme, ignoro
totalmente como estará en el presente, o no sé cuán seguro es permanecer parado
o caminando encima. Esa mañana fui el primero en subir del grupo.
Me arriesgué de forma voluntaria para comprobar la resistencia y la estabilidad
de las plataformas. La estructura entera apenas se tambaleó al contacto de mis
pies, pero ya cuando todos estuvimos arriba, sobre la segunda
plataforma o en lo más alto, el mirador parecía de gelatina.
¡Tranquilos! Aunque es difícil de creer que, pese a todo lo dicho, este
mirador de la Cordillera
Escalera era seguro en ese entonces, si bien no tanto. La idea era
moverse poco y evitar que sigan subiendo más personas; tal vez estábamos al 50
por ciento del peso máximo. Podría ser que sólo un ventarrón de gran fuerza
acompañado por una lluvia torrencial llegaría a tumbar la edificación de
madera, claro que a eso se le tendría que sumar el peso de un número
considerable de gente sobre la cima para provocar el desastre. Con esto ahora
les digo, si es que algún aventurero se da una vuelta por este bosque
amazónico y se topa con la endeble estructura, le sugiero que sea cauteloso y
se cerciore antes de ascender hacia las plataformas. No hay ningún río
profundo donde caer, solamente el Shilcayo y sus orillas
atestadas de piedras. Al fin y al cabo, temerarios sobran en el mundo.
Nuestra
estadía en el mirador fue breve.
Únicamente Dante se quedó un rato más para filmar el panorama. Le esperamos
abajo. Su demora hizo que a algunos, como en mi caso, le venciera la
impaciencia y continuara con la caminata. Sin embargo, andamos
a pasos entrecortados, unos más que otros. Checa, Juanito, Gina y yo
marchábamos a la cabeza, pues éramos los más rápidos. Abel caminaba como a
veinte metros detrás de nosotros, tomando fotos a
cada instante, cosa que si seguía así, lo iríamos dejando más. Paquita y Maju
tal vez andaban terceras, y Meyer y Dante, ya descendido del mirador, eran
quizás los cuartos. Mi primo llevaba una cámara fotográfica en su
canguro (bolso pequeño que se usa al cinto). No recuerdo quien
de sus amigos se la prestó. A veces nos la entregaba a Juanito y a mí para
fotografiarle a él o al grupo.
Caminábamos
siempre cerca al río Shilcayo,
tanto, que por momentos teníamos que salvar sus pedregosas orillas a
trancos y brincando, tratando de no pisar en las superficies resbalosas o
muy mojadas. Vadeamos cada vez que el sendero seguía al extremo opuesto.
Cuando había bastantes piedras entre uno y otro borde, pasábamos
por encima de éstas, para así no empaparnos las zapatillas más de la
cuenta. La temperatura ambiente rodeaba los 24 grados
Celsius; la del agua se sentía menor, por lo que fue propicia para un baño
refrescante matutino; sin embargo, aún no era la hora y el lugar indicado.
El Vestido de la Novia y Tamushal nos
esperaban, y sus pozas serían nuestras piscinas naturales para darnos un
chapuzón, y en las cuales, evidentemente, el agua estaría más fresca y
profunda, en la que nadar y bucear revitalizaría inmediatamente el cuerpo,
extinguiendo cualquier asomo de cansancio y aliviando el dolor muscular que
sea. Ante esto, les expreso, muy confiado en mí mismo, que todos los
practicantes del ecoturismo de aventura, en
definitiva, acabarán más que fascinados luego de conocer los
maravillosos paisajes que engalanan la Cordillera Escalera.
Pronto, puede que en treinta o
cuarenta y cinco minutos, estaríamos llegando a nuestro primer destino,
la cascada Vestido de la Novia. Ya habíamos caminado una respetable
distancia desde la bocatoma. Volvimos a juntarnos antes de subir la
cuesta más levantada y dura del trayecto. El grupo adelantado aguardó a los de
atrás, y de este modo los nueve exploradores terminamos reunidos entre
cantos rodados y arena mojada de una de las orillas del río Shilcayo.
Las fotografías y filmaciones se sucedieron durante la subida y la
bajada. Mientras más alto nos encontrábamos, más estrecho y húmedo era
el sendero. Y es que la tierra y las hojas fueron tan blandas, que parecía
como si pisáramos sobre cojines o almohadas, algo que se sentía muy bien,
siendo un alivio para las plantas de los pies. En la cima, no escuché
resoplares excesivamente violentos gracias a la suavidad de la senda,
los continuos pares y el bajo sol que hacía en ese intervalo. Al descender, el
astro rey brilló de nuevo y el suelo era menos húmedo en cambio sí más abrupto.
Teníamos especial cuidado con las rocas de aristas filosas que fácilmente
podrían fracturarnos la tibia si impactábamos al caer. Caminamos muy
despacio, como en una procesión, doblando bien las rodillas y arqueando un
poco el cuerpo hacia el frente. Y para reforzar nuestra seguridad, en los
tramos de mayor inclinación, apoyábamos las manos en alguna piedra grande o al
tronco de árbol más cercano. El sendero se derrapaba en pronunciados zigzags
casi hasta el río, al mismo que no tardamos en cruzarlo
otra vez, en formación de hormigas. Esa creo ha sido la única
ocasión en la que todos pasamos en orden por sobre las piedras. Dante vadeó
al final, pues hizo su trabajo con la cámara parado a un metro del agua.
Proseguimos
la caminata sin descansos.
A mis espaldas, vi como la mitad del grupo hacía fugaces detenidas para
fotografiar, pero ahora no se quedaban mucho. Las más inquietas por
llevarse varios recuerdos de aquel día en el bosque eran Paquita y Maju; las
segundaba Abel, otro “figureti”. A mí, lo que más me interesaba era llegar a
las cascadas peruanas; allí es donde requería de, siquiera, unas
veinte fotos. Juanito, por lo visto, opinó lo mismo, ya que avanzaba casi a mi
compás, sin importarle mucho lo que hacían detrás… Como medio kilómetro cerro
arriba, a Checa le asaltaron las ganas de buscar fósiles en las piedras,
actividad que no programamos para ese día. Mientras ataba mis pasadores, le
dije que mejor lo dejara para el regreso, dado que todos volvían a detenerse y
yo quería seguir caminando. Se negó. Pero se contentó con hallar un solo fósil.
Creo que fue de un caracol prehistórico. Dicha especie de invertebrado del
pasado es muy común en las márgenes del Shilcayo.
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