23 septiembre 2012

Publicado septiembre 23, 2012 por con 0 comentarios

Caminata a dos Cascadas del Río Shilcayo, Vestido de la Novia y Tamushal (Cordillera Escalera, Perú) - Parte III


La caminata a las cascadas del río ShilcayoVestido de la Novia y Tamushal, se estaba desarrollando sin inconvenientes pero sí con muchos altos. Para su fiel servidor, felizmente, los descansos no eran tan dilatados, que como máximo llegaban a los cinco minutos. En los lugares, soy como en la comida y el baile (mujeres también): odio repetir. Con esta escueta aclaración de mis preferencias, ya comprenderán —los lectores más asiduos de Me Escapé de Casa— porqué es que aquella mañana fui el más ávido por arribar a las dos cascadas amazónicas. Simple de explicar si todavía no la cogen: Todo el camino o la mayoría de éste hasta la caída de agua Vestido de la Novia, la primera del río Shilcayo, lo he recorrido más de media docena de veces, a diferencia del resto de individuos que se unió a la aventura de ese día (que de las tres oportunidades no pasaban); así que, no había nada nuevo ni de gran interés para mí. De ser posible, alquilaría un helicóptero para que me dejara cerca a la cascada, y de esta manera no tendría que repetir el sendero y empezar a explorar directo desde la zona en la que mis pies han pisado poco… Pienso que ahora sí fui bien explícito.

Dante, si es que no estaba enfocando a la naturaleza con su cámara, nos filmaba cada vez que nos hallábamos al alcance de la lente. Los nueve ahora íbamos menos separadosPor ratos, podía conversar un poco más seguido con los recién conocidos, pero sólo unos segundos más, no minutos. Lamentablemente, hace dos años mi grado de locuacidad era inferior que en la actualidad; no muy inferior eso sí. Sin embargo, desde la fecha me he propuesto a continuar, mejor dicho reanudar, mi cambio: el de aprender a ser más simpático con todo el mundo, con el objetivo final de ganarme el interés y la aceptación del quién sea, sin importar su género, inclinación sexual, origen, raza, o si es rico o pobre, atractivo o feo, culto o ignorante, pacífico o belicoso, humilde o jactancioso, sereno o desenfrenado, inocente o perdido, en fin, deseo caerle bien a todos, cosa que no es una tarea fácil y que la lograré más que con mera socialización, con estrategia y adaptación, sabiendo medir mis palabras y formas de actuar, según el entornoUna nueva persona está apunto de brotar de mí. Presiento que no fallaré. “De los tropezones, aprendemos que rápido podemos levantarnos y avanzar por el camino correcto, si pensamos con la cabeza y el corazón a la vez. De las caídas, aprendemos que mientras más fuertes sean, más dolorosas y difíciles de sanar son, de modo que sería demasiado imprudente, irreflexivo e inmaduro de mente y espíritu, insistir en lo que tarde o temprano te hará daño”… Escribo estas últimas líneas para dejar como constato mi evolución social, por algo éste es un blog personal, en el que puedo publicar lo que se me plazca; en este caso, una narración de turismo de aventura acompañada de memorias biográficas. Lo hago también con el propósito de dejar en claro que si hace un par de años, durante la caminata hacia las cascadas del río Shilcayo, hubiese sido más suelto en palabras y gestos, tranquilamente me ganaba la amistad de todos los exploradores. Y perdón, lectores y visitantes, por hacerlos esperar mucho; tras mes y medio de ausencia, recién acabo de aclimatarme como es debido a mi nuevo trabajo (el de profesor), oficio que ha incluido mucho en que mejorara como ser humano… Y, sin más que decir, retomo el relato:
Los cruces del río Shilcayo se hicieron más constantes. El agua, como siempre, no era tan profunda. Máximo llegaba a un palmo sobre nuestras rodillas, dependiendo de la estatura de cada uno. No había tallas ni muy altas ni muy bajas. Creo que el más alto del grupo era Abel, y el más bajo Dante… De pronto, el sol brilló con mayor intensidad, al grado de quemarnos las espaldas y obligar a que nos remojemos a la menor oportunidad. Bebí algunos sorbos de una botella que llevaba colgada en la bolsa. Vi al resto que hacían el mismo trabajo de hidratarse, cada cinco o diez minutos. Algunos tomaban GatoradeRed Bull, o refresco. Yo sólo, modestamente, agua tratada, la que antes de salir de caminata, vacié del bidón de casa. Gracias a Dios que se mantenía fresca.

Llegamos después a una gran pared de piedras superpuestas diagonalmente. Al parecer, las aguas del Shilcayo alcanzan el borde de éstas en tiempos de creciente, porque la tierra del lecho yacía húmeda y las piedras cubiertas de musgo. Como no podía ser menos, las tres chicas fueron inmortalizadas junto a este muro de rocas. Maju, además, solicitó una captura fotográfica a uno del grupo (creo que fue Checa), mientras un insecto palo subía lentamente por su ropa y no se decidía si llevarlo a casa o librarlo. Estos curiosos hexápodos, al igual que los insectos hoja, pertenecen a la familia de los Fásmidos y al orden Phasmatodea, existiendo alrededor de unas 2,500 especies. Son expertos en todo lo referente a camuflaje (cripsis), que es casi imposible distinguir a alguno de estos animales mimetizados entre el follaje de la selva, aunque se los tenga en frente de nosotros. Maju tuvo suerte de encontrar uno. Supongo que no le fue muy difícil verlo de pie sobre una piedra plomiza, pues, como pueden ver en la foto, el bicho era de color verde.

Tras otro receso, apretamos el paso. Sólo por un cortísimo tiempo más, el sol siguió calentando nuestra caminata. En tanto continuábamos río arriba, el cielo se iba nublando y, apaciblemente, la temperatura descendió, no mucho, pero se llegó a percibir el leve frescor. Las fotografías se sucedieron. Regulares veces tomé a Juanito, Checa y Gina en diferentes poses… Y, en uno de nuestros cruces del Shilcayo, sentí caer unas débiles gotas sobre mi nuca y espalda. Luego se vinieron más, y súbitamente ya estaba garuando. Al punto, oímos el croar de ciertos batracios y otros pequeños animales que no alcancé a identificar. Era como si las criaturas del bosque le cantaran a la dócil precipitación que se desató sin previo aviso. Y siempre y cuando no pasara de ser una reposada garúa, estaría bien para el quien escribe y el resto de aventureros.

Bajo la llovizna, caminamos a muy acortada distancia, uno detrás de otro, casi pisándonos los talones. De repente, alguien pidió que nos detuviéramos. Era Abel. Se había parado con la mirada fija hacia la hojarasca de un lado del sendero y preparaba su cámara para unas capturas. “¡Esperen!”, dijo. “Encontré una ranita. Quiero tomarla unas cuantas fotos”. Prestos, todos nos acercamos para apreciar al diminuto anfibio. Amarilla y con manchas negras, esta rana viene a ser parte del género Ranitomeya y es oriunda del Norte de la región San Martín y del Sur de Loreto (Perú), habitando entre elevaciones de 150 a más o menos 900 m.s.n.m. La coloración y las formas de manchas en su piel varían según la diversidad de morfina que contiene. Estos vistosos anuros son semi-arborícolas; se reproducen dentro de troncos huecos y bromelias, si bien además existe un puñado que es terrestre. Años atrás, estas especies han sido víctimas del contrabando, debido a su alto contenido de morfina. Ahora, felizmente, se ha reducido dicho comercio ilegal.

Luego de observar a la escurridiza ranita, reanudamos el paso, ahora ya con la ropa húmeda por el agua de la atmósfera. A nuestra derecha, entre diez y veinte metros, una elevada pared de piedra blancuzca, incluso más alta que algunos árboles, bloqueaba la vista hacia la cordillera. Sobre esta gran muralla natural crecía vegetación verde y colgaban raíces, enredaderas y toda clase de lianas. Quizás algunas de estas últimas habían sido tan resistentes como para trepar la roca sosteniéndolas. También pienso que dicha formación geográfica cumple con los requisitos para la práctica del turismo deportivo, en tal caso el rápel sería la disciplina mejor optada. Por aquella vez, el grupo tenía que conformarse sólo con caminar, y concentrarse con llegar de una vez por todas a nuestro destino. Paquita, Maju y Abel seguían exigiendo fotografías durante el trayecto. El sendero era angosto de nuevo, con más follaje y rocas musgosas a los costados. Ascendimos ligeramente hasta que la llovizna calmó tan de golpe como empezóEl sol resplandeció de sopetón, y, al momento de arribar a un par de chozas, sus rayos embestían la mayoría del ambienteEn dichas rústicas moradas vivía (o vive) una familia, el padre es un guardaparques de la Cordillera Escalera. A éste, se le pagó el ingreso hacia las cascadas y al mismo tiempo por los servicios que brinda al cuidar la naturaleza, se puede decir que es un tipo de aportación económica hacia él y a los miembros de su familia.
Una vez colaboramos con el guardián del bosque, tomamos una ruta (por la izquierda) que llevaba exclusivamente a la primera y segunda cascada del río Shilcayo (un letrero rectangular, sujeto en la rama de un árbol, indicaba la dirección). Ya restaba poco para llegar al Vestido de la Novia. Las fotografías de Checa, Abel y Meyer y los vídeos de Dante fueron cada vez más continuos. Caminábamos en hilera, formados muy juntos y comentando sobre nuestro inminente arribo. Ya no faltaban ni kilómetros ni millas. Faltaban metros. El agua corría a nuestra siniestra a través de un cauce más desigual y rocoso que antes de que pasáramos por las chozas. Desfilamos por la orilla de una poza formada por una pequeña caída de agua. Después, escuchamos lo que más deseábamos en esos momentos: El sonido del descenso de muchos litros del líquido elementoDante se adelantó y Meyer se quedó atrás de todos. El primero comenzó a filmar y el segundo a fotografiar. Veríamos al Vestido de la Novia tras subir por una escalera natural de piedras resbalosas. Nuestra llegada fue yendo captaba en vídeo e imágenes para la posteridad.



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