22 junio 2014

Publicado junio 22, 2014 por con 1 comentario

Caminata a dos Cascadas del Río Shilcayo, Vestido de la Novia y Tamushal (Cordillera Escalera, Perú) - Parte IV

Checa estaba delante de mí; él fue el segundo en ver la cortina de agua, y este aventurero, el siguiente. Dante daba la espalda a la pequeña catarata con su cámara en funcionamiento, con la mira fija hacia el paso de cada explorador. El Vestido de la Novia se presentó casi igual que la vez pasada, elegante y templada, sólo que ahora caían más litros de agua y la claridad de la poza era mejor, quizás porque el día se fue haciendo más luminoso o acaso la naturaleza no quiso dañarnos la vista y el esparcimiento, enturbiando el principal curso de agua de la Cordillera Escalera. Puede que al frente y debajo de nosotros no se mecía con la presión un pulido espejo natural, pero lo reconfortante de todo, es que el agua dejaba ver su fondo y gozaba de tanta frescura como para revitalizarnos luego de alrededor de dos horas de caminata. A comparación de mi visita en Septiembre del 2008la primera cascada del río Shilcayo durante esos instantes, en aquella caprichosa mañana del 2010, era mucho más semejante al vestido de una novia, aparte de más ancha y blanca, ondeaba más, dando la sensación de que una mujer en nupcias lo moviera al desplazarse hacia el altar.

La pared de piedra por la cual se deslizaba el agua era de una coloración parduzca, semi-ennegrecida por ciertas zonas. En cambio, las rocas de los costados eran de un tono verde selva, muy húmedo, las epífitas y las trepadoras invadían la mayoría de la superficie. Las piedras sobre las que en mi visita anterior, acompañado de Checa y Micky, el primo de otro primo, nos habíamos fotografiado, se hallaban casi enteramente cubiertas de musgo y plantitas resbalosas; por lo que si queríamos repetir las poses, estaríamos tentando mucho a nuestra suerte. La poza parecía más profunda; puede que medio metro más, lo bastante como para que hasta a la persona más alta, por ejemplo un basquetbolista, el agua le llegaría a sobrepasar la cabeza si se pusiera de pie en el fondo. No había remolinos ni cuevas subacuáticas. La poza era de aguas mansas, tanto, como para que incluso el menos ágil nadando o buceando, no resultara ahogado o en grandes aprietos para alcanzar las orillas, por si terminara en el centro. En todo el ambiente (me refiero sólo a la naturaleza) se respiraba sosiego. Ningún alma fuera de nosotros rondaba en las cercanías, ni se oía el ruido fuerte de algún animal; lo único que rompía el silencio, era el sonido de la fresca cascada amazónica y las voces del grupo, siendo las chicas las más parlanchinas. Paquita se llevaba el primer puesto.

Los insectos que en mayor número se veían en torno y sobre la poza de la cascada eran los coloridos lepidópteros: las mariposas. Observé a algunas con hasta treinta centímetros de envergadura (medida de las alas extendidas de un extremo a otro) que volaban encima las aguas y se posaban en alguna rama o piedra de la orilla, y una vez parada sobre éstas, abrían y cerraban sus alas para —escuché un comentario por allí— atraer al sexo opuesto. Las alas de estos inofensivos insectos eran de tonos negros y azules, fosforescentes a los rayos del sol, dando la impresión de ser de un material similar al celofán. Es una lástima que no haya conseguido las fotos de estos simpáticos hexápodos de parte de los amigos de Checa y Juanito. Además dudo mucho si se esmeraron en captar dichas imágenes, ya que, apenas llegamos a las orillas, uno tras de uno se fue zambullendo en las frescas aguas; empezando por las chicas. Solamente, mis familiares, Gina y yo, nos quedamos de pie sobre los guijarros; pero, no pasó más de cinco o diez minutos, cuando mi primo, tras ingerir una rosquilla de almidón, se lanzó también a la poza. Gina, algo indecisa, lo imitó. Y como la mayoría de los bañistas nadaron al otro lado de la cascada, Checa hizo lo mismo con especial ahínco, dejando a su enamorada en la parte baja, pues no sabía nadar, o si sabía, aún temía atreverse sola o sin ayuda.
El quien escribe desvió la atención del grupo por unos momentos para centrarse en la naturaleza de los alrededores, específicamente en todo lo diminuto que se escondía en la floresta. Mi hermano, mientras tanto, no daba indicios de querer meterse al agua. No recuerdo bien, pero creo que se puso a dar cuenta de las viandas que había en las mochilas. Durante esos instantes, lo único que me interesaba era aguzar mi vista hacia la fauna invertebrada que pululaba discretamente debajo, sobre y encima de la vegetación. Mi mente, casi de inmediato, comenzó a inventariar la variedad de insectos que se presentaba ante mis ojos: grillos, escarabajos, libélulas, orugas con pelos, más mariposas, e incluso moscas de diferentes tamaños y colores. De todos estos, las que más me fascinaron observar, después de los lepidópteros, fueron las gráciles libélulas, y principalmente las que permanecían en vuelo estacionario, asemejándose bastante al del colibrí o picaflor. El batir de sus alas era celerísimo, que perseguirlos con la mirada resultó imposible.
Siempre me había preguntado cómo es que los insectos suelen moverse muy rápido, tanto que ni el atleta mejor entrenado y bajo una estricta dieta de vitaminas, podría ser capaz de igualar la velocidad con la que se desplazan; pues claro que los seres humanos podemos recorrer mayores distancias que algunos insectos en menor tiempo, sin embargo, guiémonos según las dimensiones de cada uno: Para un saltamontes, por ejemplo, diez metros podrían equivaler a un kilómetro para un hombre; y piensen, quizás en apenas veinte o treinta saltos durante un solo minuto, este animal salvaría la distancia en mención. Y para que una persona se compare, tendría que correr a una velocidad de 17 m/seg. aproximadamente para completar los mil metros en sesenta segundos, cosa que ni el actual corredor récord mundial en 100 metros planos lo lograría. ¿Increíble, verdad…? Y eso no es nada. Se sorprenderán aún más con lo que leerán ahora. Bueno, veamos: Una libélula o un mosquito baten sus alas a cada décima o centésima de segundo, es decir, para que tengan una mejor idea, entre diez y cien veces mueven sus delgadas membranas estos muy comunes invertebrados; y así pues, imagínense a alguien, puede ser tu amigo o hermano, agitando sus brazos o asestando puñetazos a miles de veces por minuto. Es obvio que no hay nadie con tales superpoderes. Eso sólo se ve en Dragon Ball Z o en filmes de Marvel.
Todas las incógnitas que me embargaban sobre los “poderes” de los insectos, quedaron en el pasado desde que vi un documental en el Discovery Channel. De eso es como hace una década. En aquel episodio, el narrador explicaba de forma detallada y fácilmente comprensible al público televidente porqué los insectos y la mayoría de los invertebrados son los mejores dotados del Reino Animal. Si no vieron el programa, estimados internautas, trataré de ser lo más minucioso posible en hacerlos entender. Iré en orden… Partiré por el sistema nervioso. Todos los seres vivos con cerebro poseemos sistema nervioso. Los insectos también lo tienen, y así como nosotros disponen de nervios a través del interior de su cuerpo, a lo largo y ancho, de la cabeza a la punta de las patas (pies). A cada impulso eléctrico emitido por el cerebro se genera una reacción refleja o movimiento (acción). El hecho de que las extremidades y órganos de estos invertebrados se encuentran a distancias insignificantes, compensado con la ligereza de su peso, es por lo que se puedan mover como si la gravedad no fuera impedimento. Sólo recuerden a los astronautas dando brincos en la superficie lunar, muy similar a los saltamontes… Ahora sí, si comprendieron con esta explicación, les felicito. Me ayudaría mucho y continuar con el relato:
No me percaté que Dante y Checa se dirigían hacia mí, hasta que los tuve a mis espaldas y me preguntaron algo que no entendí a un principio por los estridentes gritos de los bañistas y el sonar de los violentos chapoteos. “¿Qué?”, me giré. “Subamos la pendiente de la derecha y ubiquemos el camino a la segunda cascada, a esa que llaman Tamushal”, era Dante con su inseparable cámara y mi primo asintiendo a su lado, ambos ahora hablando por encima del bullicio. No dije que sí ni tampoco que no. Actué de frente: caminé directo al rocoso sendero que los tres suponíamos llevaba a nuestro segundo destino del día. Mis compañeros se pusieron a la par de inmediato, y anduvimos como si estuviera escoltado en un safari, yo en medio, y los otros dos a trompicones sobre las piedras. Sin embargo, no tardamos en encontrarnos con un embudo; el abrupto camino se fue haciendo más angosto y encaramado, tortuoso y resbaloso. Así que Dante se adelantó y Checa se colocó tras de mí, cual fila india. La luz roja se prendió y juraría que el camarógrafo no se limitaría a realizar pocas tomas.
Mientras tanto, el resto de grupo se quedó ensimismado en su refrescante momento en el agua. Incluso mi hermano se había atrevido a darse una zambullida y buzar en la orilla, ya que nadar no era su fuerte. Los veía a todos durante nuestro zigzagueante ascenso. Pero al rato volví a concentrarme en la naturaleza de mi alrededor contiguo y aprovechar los enfoques de Dante para sonreír a la lente. Lástima que hasta la fecha no he podido conseguir esas benditas escenas. Como reitero, nunca más supe del profesional audiovisual. Simplemente le perdí el rastro. Luego de finalizada esta aventura, jamás lo vi nuevamente. “¡¿Dónde rayos estás Dante?! Un vídeo sería un excelente complemento al concluir estas líneas”.
A un tercio del camino de ascenso al origen de la caída de agua, los tres tuvimos que trepar una escalera de troncos, quizá hecha por algún guardabosque o miembros de alguna institución ambiental. Ayudamos al camarógrafo con su herramienta de trabajo. Lo menos que queríamos era una lente rajada. Empero, eso creo ya no importa ahora… Continuamos, y las rocas fueron reemplazadas por las hojas húmedas, hasta que el sendero se hizo más llevadero y horizontal. Y a los dos o tres minutos giró bruscamente a la izquierda. La parte alta del Vestido de la Novia se hacía más notoria a medida que seguimos nuestro curso. Al ir aproximándonos, pasamos de pisar hojas a pisar piedras húmedas y llanas, algunas demasiado resbalosas como para osar apoyar las suelas por más tiempo. Y, por fin, en menos de lo que esperamos, la cima de la cascada acabó bajo nuestros piesUn torrencial de fotos y los vídeos irrumpió en ese preciso punto de la toda la majestuosa Cordillera Escalera. Los únicos responsables: Nuestro pulso y tacto con el agudo aporte de nuestra concentrada vista.
Allá abajo, los bañistas habían dejado el agua para engreír un poco a sus estómagos, y, en seguida, vestirse. “¡Oigan, ustedes, acá arriba, miren!”, exhorté. “¡Suban! ¡Alcáncennos!”… Viéndonos a los tres a varios metros sobre sus cabezas, al parecer se emocionaron, y ascendieron en tiempo récord. Sus agitaciones no esperaron ser aminoradas, así que los nueve —sin más preámbulos— reanudamos la caminata. Por diez minutos, o tal vez veinte, avanzamos en sentido contrario a la corriente del Shilcayo. Mis cálculos fueron casi certeros con respecto al tiempo de llegada al Vestido de la Novia y Tamushal. Había ganado la apuesta. La segunda caída no distaba mucho de la primera. Ante nuestros ojos un curso vertical de agua, de casi el doble de altura que el anterior, se deslizaba sobre una pared de roca. Esta cascada también tenía una pequeña hermana en la corona, que juntas corrían en forma de escalera. En total, tenía una cota de 40 metros aproximadamente, rodeada de una vegetación muy semejante a la observada cuesta abajo… Tamushal, El Caminante, fue testigo de tu fastuosidad, por vez primera, siendo el sol el principal contribuyente para embellecerte aún más con sus destellos luminosos, aunque sutiles en tu perfil pero lo suficientemente orlados. Al punto, todas las cámaras se pusieron en funcionamientoCaminar 8.5 Km. a través de la selva tuvo su gran recompensa.

Continuará...
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1 comentario:

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