Tamushal,
la segunda cascada formada
por el curso del río Shilcayo es una de las miles
que existen en territorio peruano,
hasta me atrevo a decir que sea una de las decenas de miles de caídas de agua
que atavían las tres regiones naturales del Perú: Costa,
Sierra y Selva. En cada región la geografía paisajística es distinta
sobremanera: En la Costa, al Oeste del país, el
terreno es árido y pedregoso, con clima predominantemente templado; en la
Sierra, en el centro, las montañas y las zonas escabrosas conquistan a lo largo
y ancho del territorio; y en la Selva o región
amazónica, al Oriente, un manto verde y fértil cubre toda la extensión,
acogiendo un clima tropical y subtropical, que a su vez ocupa el 57.9%
del territorio
nacional. En consecuencia a esto, la temperatura de las aguas de cualquier
cascada o catarata de
la Amazonía
peruana, varía entre fresca y cálida; incluso es fría en los bosques de
neblina. Las cascadas del
Shilcayo, como dije en posts anteriores, gozan
de los grados adecuados para que cualquier bañista de la faz de la Tierra, ya
sea del Congo o de Siberia, se deleite de chapotear en ellas. Y como suelen
decir en la jerigonza chapara (selvática): “Un pato yucuna en
estas aguas sería bien rico”. Despejen sus dudas sobre dicho término leyendo la
parte final del primer párrafo de la entrada que se abrirá clicando Aquí.
El
calor se hizo presente con el brillo del sol. Las aguas se tornaron más
claras, hasta que se podían ver las rocas del fondo con tal nitidez que no
costaba esfuerzo incluso en el espacio donde impactaban las gotas.
No
fueron muchas las fotografías que
me tomaron.
Tampoco hubo selfies tal vez ninguno del grupo; pues en el año
2010, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, la “autofoto” no se
consideraba aún una moda y mucho menos para publicarla en el Facebook. Aunque pienso
que es un acto de narcicismo, que estoy seguro varios concuerdan, no soy nadie
para juzgar lo que gusta a la gente, si al final, todos, irremediablemente, nos
acoplamos a los hábitos de la colectividad. No lo niego: Yo también
ahora me tomo selfies. Quizás no por un desorden en mi ego, más
bien porque no había nadie alrededor para inmortalizar el momento; con su
posterior “brochada” de Photoshop, claro… Así que, en vista que me acabo de dar
cuenta de mi bifurcada de la narración, haré un paréntesis, en el cual
aprovecharé para hablar un poco de mí, a modo de desahogo, de desquite, o
de simplemente expresar lo que tengo guardado a través de mis dedos y no sólo
por la lengua:
A
diario, en la
vida de cualquier ser humano, te expones a un sinnúmero de críticas,
reproches, desaprobaciones, rechazos, y hasta repugnas. Y la cifra es mayor
si eres una de esas personas que se revelan como extrovertidas,
impredecibles, espontáneas, o, en el caso más común, si eres un personaje
público o famoso. Pues, en lo que respecta a este bloguero, es de
“pecar” o de caracterizarse de los tres primeros adjetivos. A manera de
reprobación, siempre me hacen las siguientes preguntas: Que ¿por qué veo
Animes? Que, ¿por qué juego videojuegos clásicos? Que, ¿por qué bailo frenéticamente?
Que ¿por qué me divierto con los niños? Que ¿por qué bromeo a cualquier hora
del día? Que ¿por qué siempre visto bermudas juveniles…? Mucha gente me
dice que aún no he madurado, que no he tenido infancia. A todos ellos les
digo: Que no me importa lo que diga o piense el resto, lo importante
para mí es ser feliz tal y como soy: Los Animes me aleccionan que jamás
debo darme por vencido y que tengo que luchar por cumplir mis sueños; los
videojuegos me ayudan a estar siempre alerta y me recuerdan que la vida tiene
niveles con sorpresas o golpes cada vez más grandes y duros; bailar
exageradamente me libra del estrés y despeja mi mente de pensamientos
negativos; los niños son los seres más puros que existen sobre la faz de la
Tierra, su Inocencia me enseña a ser siempre humilde y anteponer el Amor frente
a cualquier decisión; ser bromista (tratando de no ofender) es parte de mi
personalidad, es parte de mi espíritu, y lo adopté porque aprendí que Alguien
allá arriba desea que no deje de conservar la sonrisa y el buen humor; y, los
pantalones cortos han sido, son y seguirán siendo parte de mi atuendo, y nadie,
jamás nadie, podrá imponerme un look distinto, además, en donde vivo ahora hace
demasiado calor, la ciudad de Pucallpa.
Creo
que explicaciones como ésta no pueden haber mejores: concisas y sinceras de
corazón. Un consejo: Haz lo que te haga feliz, nunca, por más que
bregues duro, podrás agradar a todo el mundo, se los digo por experiencia.
Si te sientes emocionado, y mueres por gritar, entonces hazlo. Si te gusta
caminar, en lugar de subirte a un vehículo, entonces hazlo. La
felicidad yace en cosas que puedes hacer y no en cosas que puedes poseer. Si
quieres vivir experiencias nuevas, entonces haz cosas que jamás hiciste y
anhelas desde el fondo de tu ser. Incluso en los detalles más
insignificantes, en las actividades más corrientes llevadas a cabo en tu vida,
ebulle el bienestar, aquello que te dibuja una sonrisa en el rostro, que, por
unos instantes, unos maravillosos instantes, te hacen sentir regocijado, libre,
como si los problemas se esfumaran, como si en este mundo no existiera vacante
para la desdicha; hasta que se va formando un sentimiento, quizás el más
increíble después del Amor, y lo repito: La Felicidad.
Y, precisamente, eso es lo que siento cuando escribo o camino. Caminar en medio
de la naturaleza, en especial si corre agua a los lados de la ruta, y durante
una fresca mañana, es lo más cerca que puedo estar de la Paz. Es por eso que el
sendero hacia las Cascadas del Río
Shilcayo, Vestido
de la Novia y Tamushal,
fue el elegido por el quien escribe.
Tamushal,
la segunda cascada que orlaba la naturaleza en
la Cordillera Escalera, caía frente a nuestros ojos, destellando con cada gota
salpicada en las rocas.
El calor del sol había evaporado casi totalmente a la cortina de nubes y el
cielo lucía cada vez más celeste, tanto al grado de empañarnos la vista si
mirábamos hacia la copa de los árboles o a la poza. Justo a esa hora, cuando
nuestros cuerpos empezaron a sentir un indicio de calor, éste, tal vez más
tímido que acechador; yo, El Caminante, dio
rienda suelta de un poco de cada refrigerio, o de los que aceptaron ser
invadidos por mis manos. Luego bebí agua y refresco. Quedé satisfecho, de
momento. El agua también se mostró apetecible, pero no tan tentadora como para
que este aventurero se tirara de pique. Sólo me remojé las piernas, sin
sacarme las zapatillas. Hasta me senté sobre una piedra en la parte baja. Las
fotos subidas en este post son prueba de ello. Y que conste que aquí ningún
editor de imágenes fue usado para disimular las “severas” imperfecciones
faciales: más natural que tetas de monja. Pues, como ven, lectores de Me Escapé
de Casa, así de “guapo” me creó Dios. Ustedes juzguen.
Algunos
del grupo decidieron merodear por los alrededores, y más de uno resultó
levemente arañado por las espinas o tropezado y/o resbalado en las piedras
mohosas. Nuestro objetivo aquel día era solamente llegar hasta la segunda
caída de agua del río Shilcayo. El sendero hacia las demás cascadas —sí,
habían otras cascadas— continuaba por un lado sinuoso de Tamushal, y,
obviamente, siempre en ascenso. Estas son: Julián Pampa, Vinoyacu y las Tres
Marías. Espero conocerlas pronto. Quizá cuando esté de vuelta a mi
querido Tarapoto,
Ciudad de Las Palmeras. Mientras tanto, Pucallpa, Tierra Colorada,
me acoge, o intento que me acoja. Ya son más de dos años que radico
acá y aún no me acostumbro al calor. ¡Es bárbaro! Y en donde trabajo,
un espacio demasiado cerrado y sofocante, en las horas de la tarde, se
convierte en un cuarto de sauna. Hasta las “bolas” se me sudan mientras estoy
sentado, con el trabajo bajo presión encima. Sin embargo, sobre mi
estadía en Pucallpa y la verdad acerca de la ocupación trataré más adelante, en
futuras publicaciones. Tengo pendiente muchos lugares por describir y mostrar:
bellos y únicos. Prometo que dentro de poco narraré esta nueva etapa de mi vida
que inició aquel 5 de Septiembre del 2012, el día de mi partida hacia lo
“desconocido”, sin imaginar siquiera que me depara el destino. Juro que no
quebrantaré lo dicho. ¡Lo juro! Cierro este relato en la Parte VI,
y en los siguientes posts, por una temporada, abordaré sobre mis
recorridos en el departamento de Ucayali hasta el día que me despida. O tal
vez sólo sea un “hasta luego”.
El
paisaje de la cascada de Tamushal supo acogernos durante todo el tiempo que
permanecimos en éste. Fotos por doquier. De perfil, de frente, solos, en grupo, de cerca,
o de lejos de la caída de agua. Cada uno era fotografiado de la forma que
deseaba. Incluso los amigos de Juanito y Checa pensaron que jamás regresarían a
disfrutar de la naturaleza de la Cordillera Escalera, por lo que se sacaron más
tomas que modelos de Playboy. “Volveré”, me dije en aquel entonces.
Y ahora, cuatro años y medio después, me lo sigo repitiendo. “Caminata, uno de
mis pasatiempos preferidos. Falta mucho por conocer aún mi tierra, San Martín”.
Qué me aguardará el mañana. No lo supe en ese instante y hoy tampoco lo sé.
El
sol se encontraba en su punto más alto cuando decidí platicar con algunos de
los amigos de mis familiares. Durante aquel receso, la plática era una
buena opción. Como dije, aún estaba sin bañarme, pues el calor seguía
siendo tolerable. “Quizá me zambulla de regreso en la primera poza, la del
Vestido de la Novia”, pensé. Luego se lo hice saber a Juanito, mientras
departía unas palabras con Dante. Tras esto, el camarógrafo puso de manifiesto
su deseo de bucear en el mismo lugar, ya que esperaría hasta que sus
alimentos se digirieran un poco más. Ambos, lo que menos queríamos es ser
víctimas de calambres; y por la cantidad de raciones que habíamos ingerido, no
tardaríamos en sentir los primeros asomos de espasmos musculares en tanto
permaneceríamos sumergidos. Supuse que hasta esas horas, la totalidad de los
exploradores picó (probar comida de distintas fuentes) de entre nosotros
mismos… Teníamos los estómagos llenos o casi llenos.
Dante me contó mucho en poco tiempo.
Raudamente narró sus experiencias de aventuras,
siempre con su cámara al hombro, ya sea andando sobre rocas, arena, nieve,
pasto, troncos o todo tipo de obstáculos que la naturaleza te
impone en una caminata.
Y es que el Perú es un
país tan diverso, que tiene más variedad de microclimas que cualquier otro en
el mundo: 84 de los 104 para ser exacto. Dato que Meyer me lo recordó. Sin
darme cuenta, éste se unió a la conversación. Imposible que evitara escucharla
porque estuvo reposado sobre una piedra cercana; y recién me percaté de él,
cuando se puso de pie. Por su aspecto, deduje que era el mayor del grupo
después del camarógrafo, rondado entre los 30 y 35 años de edad… De modo que
acabé intercambiando experiencias con los más “viejos” inscritos en aquella
caminata. Y como suele suceder, las charlas con personas mayores que
tú, terminan siendo bastante instructivas. Se aprende, sea lo que sea, se
aprende: cosas positivas, cosas negativas, o ambas. En aquella oportunidad,
indubitablemente, fueron positivas.
El
que tal vez tenía la edad de Cristo, en particular, relató una historia
que me causó mucha risa, demasiada para el gusto de este sujeto, que si no
hubiese sabido detener mis carcajeos, habría caído de ofensivo. Gracias a Dios
me contuve a tiempo, que por poco pesqué un hipo. Admito que el motivo para
reaccionar así, era, a mi parecer, “enorme”. Meyer, como anticipé en la Parte
II de la narración de esta caminata de ecoturismo,
revelaba una tez carente de sentido del humor. Su seriedad salió a relucir al
ser testigo de mi epilepsia de risotadas. De hecho, su historia (o hasta donde
la contó) es la siguiente: Le encanta acampar. Lo hace desde los quince años.
Dice, “el mejor hotel no tiene cinco estrellas; el mejor hotel tiene miles,
millones de estrellas” (Ahí coincido). “Dormir bajo el cielo nocturno y tenerlo
de techo, es lo más reconfortante y satisfactorio durante una noche en la
selva. No obstante, dormir sin apapachar a alguien no es del todo placentero…”
(Por un momento pensé que la compañía femenina era la guinda del pastel durante
su descanso en la intemperie). Y continuó: “Nunca salgo a acampar sin llevar
conmigo algo primordial a la hora de cerrar los ojos. Jamás olvido mi osito de
peluche…” Inmediatamente, estallé de risa. Dante también
lo hizo, pero con esmerado disimulo. ¡Qué ridiculez la del tal Meyer! Creo yo.
En ese instante se me vino un único pensamiento: “Meyer es gay”… Así lo vi (y
lo veo). Se supone que son las mujeres a las
que les gustan los peluches.
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