Hasta
ese entonces mi récord corriendo distancia era de 17K, pero superando apenas
los 100 metros de desnivel positivo. El domingo 13 de junio del 2021 fue el día
que elegí batir esa marca; no importaba si me detenía a descansar cada cierto
tramo para tomarme unas fotos
o avanzar a paso de tortuga, pero por nada del mundo debía de caminar.
En
esta ocasión no saldría solo, pues, desde que retorné a mi tierra natal, Tarapoto, volví
a correr con mis compañeros de rutas, los del equipo Tarapoto Run Club, al cual
pertenecía desde aproximadamente octubre del 2020, y desde el momento en que me
sentía apto para la práctica constante del running. A partir
de julio del 2020, más o menos, empecé a trotar luego de un largo tiempo de
vida sedentaria. Sin embargo, mi físico y resistencia habían disminuido en
picado tras enfermarme de COVID-19 en la
ciudad de Pucallpa
en abril del 2021. La variante brasilera me dejó
tan mal que a las justas podía trotar kilómetro y medio, con posteriores
dolores de pecho y articulaciones.
También
les recomiendo leer: Mirador Polish, Tarapoto (Perú) – Running y trekking en la selva
Cuando
llegó el día de sobrepasar mis anteriores 17K, mi condición física era
aceptable, pero seguía cubierto de la duda de que podría lograrlo. Una media
maratón, un 21K, un sueño aún para mí. Y para rematar todo, me lanzaría a
hacerlo en cuesta y luego bajada, con un gran desnivel positivo.
Nota: De
manera seguida, publicaré sobre las salidas a correr
en grupo con el equipo Tarapoto Run Club. Es más, les adelanto que muy pronto
sacaré un post sobre caminatas y
trotes al mirador
Alto Shilcayo;
todavía está en proceso de narración, ya que se va extendiendo a medida que
continúo.
Miguel
Marquez, uno de los mejores en el equipo de Tarapoto Run Club, fue el
responsable de animarme a realizar esta hazaña, que constaba de una ruta de ida
y vuelta hasta el mirador de Lamas, la famosa Ciudad
de los Tres Pisos, en el departamento de San Martín [Mapa].
Partimos
en total cuatro personas, las otras dos fueron Bertha Pérez y Danny Amasifuen.
El punto de salida fue en la carretera de entrada a Lamas, que nace de la
carretera Belaúnde Terry a poco menos de diez kilómetros de Tarapoto. La
llegada sería allí misma luego de dar media vuelta hasta el mirador de Lamas.
Previamente nos reunimos en casa de la madre de Danny en el distrito de Cacatachi, a
menos de un kilómetro de la partida.
Tras
haber saludado a un grupo de ciclistas, que también se fueron reuniendo para su
actividad deportiva, emprendimos la corrida a las
07:16 a.m. Mis compañeros tenían muchos años de experiencia como corredores, al
contrario de mí, que recién estaba por alcanzar el año, omitiendo el mes de
inactividad por enfermedad. Además, los tres me pasaban en edad.

—Allá
te espero, Kokito —dijo ella.
—Ya,
señito —a la única a quien no tuteaba era Bertha —. Vaya nomás. Igual nos sacaremos fotos —dije jadeando.
Me
pasaron algunos ciclistas que vimos abajo. Intercambiamos monosílabos de ánimos.
Entre el kilómetro siete y ocho, la neblina se tornó muy espesa por la altura.
Corría lento para reservar energías. Seguía dudando que completaría mis 21K.
Ida y vuelta sumaban más kilómetros. “Me subiré a algún motokar al regreso en
caso no dé”, pensaba.

Evitando
enfriar más el cuerpo, volvimos a “runear” por una calle adoquinada de la
derecha, tan ancha como la carretera y con una cuesta casi vertical por más de
medio kilómetro. Danny y Miguel subieron muy rápido, como a 5:30 min/k; Bertha,
algo más lenta que ellos, como a 6:20 min/k, y, quien escribe, según estimé
luego, a unos 8:10 min/k, más lento aún que durante mi ascenso un par de
kilómetros detrás, en el tramo empinado del kilómetro 8.


Solamente
cinco minutos de break y continuamos hasta el castillo Nicola Felice,
salvando alrededor de diez cuadras con ascenso moderado. Esta construcción de
bloques de piedra, extraídas de la misma zona, es altamente concurrida por
visitantes de varios lugares del Perú y del
mundo. Para ninguno de los cuatro era novedoso, pues, en anteriores veces con
la familia o amigos, entramos a recorrer sus ambientes. Creo que el precio del
ingreso sigue siendo de seis soles.




—Siquiera
18K quiero completar —informé a todos—. Chaparé un motokar en la carretera en
caso no aguante más.
—Tú
puedes, Koko —dijo Miguel, a quien mi persona lo consideraba un couch—.
Mentaliza. Vas a llegar.
—Todo
está en la mente, comando —le siguió Danny—. Al soldado se le conoce en la
guerra.
—Claro
que sí, Kokito —acotó Bertha—. Vas a llegar.
Aquellas
fueron las palabras de aliento de mis compañeros mientras descendíamos de la
cima de Lamas, ahora iluminados por un sol decente. Fue fácil los primeros dos
kilómetros, hasta salir del pueblo, yendo a 6 min/k, todos a la par,
conversando e incluso bromeando. Cogimos otro camino para salir por el Óvalo de
la Yanasa, cruzando calles que se dirigían al barrio Huayco, al primer piso o
zona más baja.
Por
equis razones, Bertha se vio obligada a detenerse un rato. Danny y Miguel la
acompañaron, frenando de pronto su marcha. Les dije que seguiría porque sabía
que más adelante, mejor dicho, más abajo, me alcanzarían. De hecho, se
estuvieron aguantando por picar.
En
tanto me acercaba al kilómetro 15, mis piernas flaquearon, con un poco de dolor
en las rodillas. Tuve que desacelerar mi ritmo. “Un kilómetro más y me paro a
esperar un motokar”, pensé. Pero pasaron dos de esos vehículos luego de correr
esa distancia, y volví a pensar lo mismo “Un kilómetro más y me paro…” Mis
piernas temblaban de tensión y desgaste. Ambas suplicaban que me detenga ya,
pero mi mente me decía que siguiera sin importar qué. “Un poco más, ya estoy
por batir mi récord”.
Miguel
cruzó por mi lado como un vendaval sin ruido. Corría como un elfo mitológico,
silencioso y con cadencia armoniosa. Definitivamente, un capo del running. Me
dio ánimos no solo con sus palabras, sino también con su forma de correr. No
tardó en pasarme también Danny, haciendo lo suyo con sus barras y repitiendo
que “todo es mental”.
Llegué
a los 17K con las piernas pesadas y punzantes. “Un kilómetro más y me paro…”,
pensé por enésima vez. Bertha se me adelantó sin sentir su cercanía detrás.
Ambos nos quejamos del sol, que ya quemaba, y cambiamos de lado de la
carretera, en el cual los árboles hacían mejor sombra. Lanzándome unos cuantos
vítores, mi compañera me dejó en torno al kilómetro 17.5. Nuevamente solo,
acalorado y con la lengua afuera, mentalicé la situación. Si me detenía, de
todas maneras, rebasaría mi marca. Pero no, debía de seguir. “¡Vamos por los
18K!”. Dos minutos después. “¡Vamos por los 18.5K!”. Otro minuto. “¿Pero, qué
hago aquí…? ¿A qué vine, conch…?”
—Un kilómetro más —hablé de repente. Tenía la boca reseca. La sed y el dolor me apresaron. La locura me invadió. “¿Qué p… hago aquí? ¿A qué vine?”, pensaba y repensaba. Pero, una voz mucho más al interior, decía que continuara, que, si ya corrí 19K, ¿por qué no 20K?, ¿por qué no 21K?

20K. “Ya casito”, clamé. Sólo estábamos yo y el asfalto. Parecía no haber vehículos, aunque sí creo que pasaron muchos en ambas direcciones. Mis 21K, mis 21K, mis 21K. Las plantas de mis pies ardían, los muslos los tenía tensos, el área externa de las rótulas parecía cubos de Rubik. 20.5K. “Ya casito”. La meta aún estaba a 2K. 20.8K. “Ya casito. Sin dolor no hay gloria”. Durante los últimos cuatrocientos metros, mi cuerpo imploraba a mi mente que acabara con toda esta locura. Recién puso punto final a los 21.25K. Un dolor terrible vino en seguida. Caminaba. La meta estaba a un kilómetro más allá. Recibí una llamada de Miguel. “Estoy cerca”, respondí. “Voy caminando el último kilómetro”.

Aquí un par de videos:















0 huellas:
Publicar un comentario
Deja tu huella y sabré que alguien pasó por aquí...
No se publicarán comentarios fuera de la temática del blog, ni mensajes que sólo tengan como interés hacer publicidad, o que contengan agresiones o insultos de cualquier tipo.
Además, no es necesario que escribas el mismo comentario; éste será aceptado o rechazado una vez sea revisado: