Había
fotografiado a la gente saliendo de la embarcación. Justo en el lapso que el
adolescente y el quien escribe nos detuvimos en medio del río Mayo, los
rayos del sol se proyectaron con más potencia en esta parte de la Amazonía
sanmartinense, que me obligaron a mojar la cabeza y el cuello. Permanecimos
en la misma posición (con la proa y la popa dirigida a las orillas) hasta
que el muchacho terminó de poner algunas cosas en orden, entre éstas, atar
un curvado palo, que hacía las veces de mástil de la bandera peruana, de uno de
los postes del techo del bote. Pero antes de que él irguiera uno de
nuestros símbolos patrios a mejor vista, le pedí si quería que le
fotografiara de pie en uno de los extremos del bote. Inmediatamente aceptó
y posó sin la más mínima vergüenza, lo que me hizo pensar que era común
que los turistas y visitantes le pidieran lo mismo que yo. ¿Qué aventurero no
acostumbra a tener recuerdos de las personas que conoce en sus viajes?
En toda mi mañana de recorrido por Moyobamba,
el chico del bote ha sido el primer ser humano a quien pedí
permiso para capturarlo con la cámara de forma directa. Por fortuna no
se hizo de rogar como ciertos individuos a quien tuve oportunidad de conocer.
Eso lo contaré en posteriores segmentos de este blog… Y luego de que la imagen
del pequeño (o no tanto) conductor del bote quedó automáticamente almacenada en
la tarjeta de memoria del trasto digital, volví a reclamar su colaboración,
esta vez para que él disparara el flash sobre mí. Y así es
como este bloguero consiguió otra foto en cuerpo entero.
Después
de orientar el bote río abajo, se inició el retorno al puerto de
Tahuishco, y entonces me instalé de nuevo delante de la embarcación.
A partir de ahí, sentiría acelerarse el tiempo; siempre es así
cuando regreso de algún lugar (en especial natural), a pesar de que
si paraba más veces que a la ida. Filmé y tomé fotos casi la misma
cantidad de veces que en la primera mitad del paseo ecoturístico. Las
corrientes de aire fueron menos fuertes y la temperatura ascendió unos grados,
de manera que salpicaba mi cabello de forma más seguida, e inclusive bebí un
poco de agua de la botella que guardé en mi mochila… “¿Cómo es que un
muchacho ya cuenta con bote propio para pasear y transportar a la vez, a
cualquier persona que se acercase al puerto?”, me dije. Yo ni siquiera
poseía una motocicleta a nombre mío. De tanto pensar el asunto, no pude
más con la curiosidad, y le pedí al chico que me explicara si era verdad que la
embarcación era suya completamente. Esperé que me contestase con mayores
detalles, pero sólo respondió diciendo una sola frase: “siempre ha
sido mi bote”. Le creí, pues no mostró signos de mentira y hubo total
seguridad en cada una de las cinco palabras que articuló. Lo siguiente que hice
fue fotografiar el ondear de la bandera peruana. Ninguna de las
tomas salió perfecta por culpa de la sobriedad del viento.
Cuando
llegamos al puerto de la balsa cautiva, el muchacho detuvo otra vez el bote en
la orilla, ahora para subir a dos personas de mediana edad. Éstos se sentaron bajo el
techo de la nave, y desde que se instalaron no dejaron de conversar entre
carcajadas. Rápido estuvimos nuevamente moviéndonos al mismo curso del
río y a mayor velocidad que antes. Los árboles, arbustos, sembríos,
pastizales, y toda la naturaleza en su conjunto, pasaron más fugaz ante mis
ojos. Pero esto duró muy poco, ya que otro pasajero tuvo que
“agregarse” al bote. Fue un joven campesino, quizá algo menor
que yo, con cierta característica difícil de olvidar: tenía las axilas
y todo el tronco apestosos. Pude aguantarle. Además, traía consigo
un saco lleno de granos de café que era bastante posible que lo hizo
transpirar tanto y, por ende, oler de una manera criminal. Como a tres minutos
que se acomodó en el bote, la embarcación del Hotel Puerto Mirador pasó en
sentido contrario a nosotros. Un buen número de sus tripulantes
eran niños y el resto madres de familia. Filmé y fotografié su cruce a babor.
Quise contar con otra foto luego de eso. El sujeto más cercano a mí era
el hediondo, y si pedía a cualquiera de los demás que me capturara
con la cámara, el tipo pensaría que lo estoy esquivando, o peor, que lo estoy
discriminando. Así que me vi obligado a pedir su colaboración. Me tomó
dos, la primera pésima pero la segunda se podría decir que regular. Le di
las gracias mientras recibía el artefacto, el cual limpié después con mi polo
sin que lo notara.
Tras
casi 25 minutos de paseo ecoturístico, alcancé ver el puerto de Tahuishco. Había menos botes que cuando
partí, y sin darme mucha cuenta, la nave en la que estuve deslizándome
por las aguas del río durante el final de la calurosa mañana, tocó tierra y
cada uno se bajó, excepto su fiel servidor, que quiso dar una última contemplada
de cerca al serpenteante Mayo. “Fin del paseo”, dijo con calma el
muchacho desde tierra. “Lo sé”, repuse.
Y
ahora, lectores, visitantes, seguidores y fans de Me Escapé de Casa, les dejo algo
interesante, que ya es costumbre: un vídeo (colgado en
Dailymotion) para que se entretengan. Aparte, más abajo, he
dispuesto un link para que descarguen fotos en alta resolución del paseo
fluvial (que subí a Mega).
FIN
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