14 octubre 2017

Publicado octubre 14, 2017 por con 0 comentarios

Pucallpa, Tierra Colorada, Crónicas de un Tarapotino: El Inicio de mi Otra Vida - Parte 2

Anduve solo tres cuadras por la Avenida Sáenz Peña. Cambié de idea. En lugar de dar media vuelta, giré a la derecha, ingresando a la Avenida Tarapacá. Era obvio que, si seguía en dirección suroeste, de todas formas, llegaría a la plaza de Armas de Pucallpa. Dos estaciones de combustible, una en cada esquina, fue lo primero con lo que me topé. Siguiendo, por el margen derecho, vi el local del Rotary Club “Lions International”. Continuando, había (hay) regular número de talleres de motocicletas y motocarros, tiendas de repuestos de vehículos, y restaurantes, chifas en su mayoría, también establecimientos de venta de caldo de gallina, que, a esas horas, apenas brindaban atención al público.
OBELISCO EN LA PLAZA DE ARMAS DE PUCALLPA. Fecha de la toma: 08-11-2012
Crucé a través de los jirones Zavala (la calle de los caldos), Salaverry (la calle de los chifas), Progreso, Libertad y, por último, el jirón Independencia. Pero antes de atravesar la calzada, pese a que el semáforo indicaba el paso de los peatones, me detuve al borde de la vereda a contemplar, por primera vez, la Plaza Céntrica de Pucallpa.

La Plaza de Armas de Pucallpa está situada entre las intersecciones del jirón Independencia y la avenida Tarapacá, por el Norte, y el jirón Tacna y el jirón Sucre, por el Sur. No son ni siete años desde que ha sido remodelada. En el momento en que llegué, hacía poco que se mejoró su estructura. Dos fuentes la adornan, una en el centro y la otra cerca al jirón Sucre. Hay pasto sembrado en los lados y árboles y arbustos que apenas dan sombra. Sillas, barandales, pequeñas gradas, se distribuyen en toda el área; pero lo más llamativo y que resalta a la vista inmediata de los visitantes, es el obelisco que se levanta frente a la municipalidad. En realidad, no sé cuánto mide en altura, pero calculo que será de unos treinta metros, o quizá algo más. También, entre este monumento y el Concejo Provincial, una hilera de banderas de varios países ondean a la brisa; esculturas en granito, arena y cemento, figuras representativas de las costumbres de los pobladores mestizos y nativos de la región, fueron colocadas en la parte oeste entre dos líneas de toldos.
MUNICIPALIDAD PROVINCIAL DE CORONEL PORTILLO, FRENTE A LA PLAZA DE ARMAS DE PUCALLPA. Fecha de la toma: 08-11-2012
Rápidamente pude dar mi punto de vista crítico de todo este espacio urbano: Las zonas para protegerse del sol o la lluvia eran mínimas, había más zonas vaciadas de concreto que sitios donde sombrearse. En aquel día, a esas horas —como cité anteriormente— la temperatura se mantenía moderada, y al andar por media plaza no acosaba el calor que obligaba a transpirar con vehemencia. Sin embargo, esta sensación la experimentaría en los siguientes días. Que Dios se apiade de los que tienen que cruzar la plaza de Armas de Pucallpa al mediodía cuando el sol arrecia y no hay ninguna nube que lo cubra. Por supuesto, más cemento, más calor, pues éste suele acumular la calentura de los rayos solares, así como la arena del desierto. En conclusión, la plaza de Armas de Pucallpa es un verdadero hervidero cuando el sol se ubica en el cenit, y no porque hay una muchedumbre, sino porque la sensación térmica sobrepasa los 50 grados Celsius. Y no estoy exagerando. Cuestión de que uno mismo lo compruebe.
CATEDRAL DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN EN PLAZA DE ARMAS DE PUCALLPA. Fecha de la toma: 08-11-2012
Si quería orientarme mejor, tendría que conseguir información turística de Pucallpa, además de un mapa para no perderme mientras caminaba por las calles. En estos casos, la solución más inmediata la obtendría en el Concejo Municipal, o ayuntamiento, como lo llaman en otros países. Éste se encontraba en frente de mí, a la izquierda de la Catedral de la Inmaculada Concepción, el templo católico de mayores dimensiones de la Tierra Colorada. Tanto la Municipalidad Provincial de Coronel Portillo como esta “Casa de Dios”, ocupaban, cada una, casi la mitad de una manzana, pues, a espaldas, se ubicaban la Corte Superior de Justicia de Ucayali y una gran cochera.

Mientras ascendía por las escalinatas de la municipalidad, me percaté que, justo a un lado del portón principal de vidrio, un jovencito ofrecía unos folletos detrás de un módulo de recepción. Al trote, me acerqué. A parte del chofer del miniván, él fue la primera persona con quien conversé al llegar a Pucallpa; lo cual bastó alrededor de tres minutos para escuchar todo su discurso de guía turística y, de paso, hacerme entrega de un mapa y un tríptico, donde me informaba de lo necesario de la ciudad de Pucallpa y los distritos cercanos. Con un fuerte apretón de manos y un sincero “gracias”, me despedí del muchacho.

Ya eran más de las tres de la tarde y fui notando que había más gente en el centro. Con el mapa en mano, marché por el jirón Tacna. En aquel tiempo aún no habían construido el boulevard, que iniciaba en la plaza de Armas y acababa en el malecón Grau, haciendo un total de cuatro cuadras. En el año 2012, esta calle era para conductores y no, como desde la segunda mitad del 2013, para peatones exclusivamente. Así que avancé hasta la siguiente esquina, hasta la avenida San Martín, y me detuve frente a un edificio de ocho pisos, el Hotel Casino Río, al cual ya lo había visto desde la plaza; pues, resaltaba del resto, ya que, en Pucallpa, como en la mayoría de las ciudades de la selva peruana, no se ven construcciones muy altas, siendo el promedio las de tres plantas en cualquier locación de la zona urbanística.
FRENTE AL HOTEL CASINO RÍO, PUCALLPA. Fecha de la toma: 06-11-2012
Luego de concentrar la mirada en la edificación, la giré hacia la derecha. En media avenida San Martín, una isla peatonal, con bancos de cemento y áreas verdes a los lados, se extendía de esquina a esquina, y de igual forma en las cuadras que seguían a la izquierda, otras islas idénticas. Más adelante tendría conocimiento que los carriles de la avenida San Martín estaban divididos por camellones desde la primera a la quinta cuadra, siendo esta última la que quedaba a mi derecha.

Por alguna extraña razón que ignoraba en ese momento, no me movía de dicho lugar. Detrás de un puesto de venta de periódicos, entre la cuadra cuatro y cinco de la avenida San Martín, este fiel narrador permanecía inmóvil se podría decir, con la vista fija hacia unos locales, todos pequeños (casi del mismo tamaño) y contiguos desde el otro extremo de la cuadra hasta en frente de mí, al otro lado de la calle. La mitad más alejada de este grupo de comercios se dedicaba a la venta de prendas de vestir y la más cercana a un rubro bastante particular; pero de eso trataré después, sin embargo, les adelanto que observé a muchos digitadores.

Respiré hondo y removí mi mochila en busca de un bocadillo. Dos rosquillas de almidón, pasadas con unos sorbos de refresco, fueron suficientes para compensar a mi estómago. Tras eso, crucé la calle y continué directo, hacia el malecón Grau, según leía en el mapa. Dos locales más, dedicados al curioso rubro, funcionaban desde la esquina, cruce de la avenida San Martín con el jirón Tacna. Había leído un letrero de mi interés. No pensé que se daría tan rápido. Pero sólo restaban tres cuadras para llegar a uno de los ríos más importantes del Perú; y eso no podía esperar. Y es que el Ucayali es uno de los grandes contribuyentes del Amazonas, con una longitud de 1,771 kilómetros y con una superficie de 337,519 kilómetros cuadrados.

Tenía pensado dar media vuelta luego de que mis ojos vieran por primera vez a esta majestuosa corriente de agua. Una sensación se apoderaba a cada paso. Fui sintiendo algo que pocas veces tuve la complacencia. Un sentimiento grandioso se henchía en mi pecho. Y tal y como lo grita el personaje de “William Wallace” en la película “Corazón Valiente”: ¡LIBERTAD…! Sí, libertad, eso es lo que sentía. Como un pájaro que olvidaron cerrarle su jaula y se había escapado a volar hacia un mejor lugar, a un lugar donde al fin pueda extender sus alas y disfrutar la auténtica libertad, donde no hay barrotes que le impidan explorar lo que hay allá afuera. Ahora, realmente, podía hacer lo que se me antojara. Empezar de nuevo. Iniciar una nueva vida en una ciudad extraña con personas a quienes aún estoy por conocer. Un formateo total de mi entorno, en el cual las decisiones que iría tomando, forjarían mi futuro lejos de la familia y amigos que dejé atrás. En esos instantes, mientras más me acercaba al río Ucayali, me sentía más esperanzado que nunca. Todo me era nuevo, quizás no muy diferente como en Tarapoto, pero todo lo que veía era ajeno, ni siquiera visto en fotos que recordara. Pues jamás me había interesado por Pucallpa, jamás hasta que me desperté ese día en el cuartucho de un hospedaje en Tingo María. Pero todavía no lo tuve claro hasta las ocho y media de la mañana, hora en la que di por sentado mi partida a la Tierra Colorada.

Avisté al Ucayali cuadra y media antes de llegar a sus orillas, entre el jirón Raymondi y el jirón Coronel Portillo, en tanto pasaba por una galería de nombre “May Ushin”. Y he aquí un dato importante: Pucallpa de no llamarse como tal, podría también denominarse “Mayushin” o “May Ushin”, que en el idioma shipibo significa Tierra Colorada”, así como “Puka Allpa” en quechua se traduce a lo mismo. De ahí la derivación. A opinión propia, suena mucho mejor Pucallpa; no le encuentro el gusto a Mayushin. Me late más como a apellido oriental.

Era una tarde tranquila en el centro. El río se fue haciendo cada vez más ancho mientras cubría los pocos metros que faltaban. Media cuadra y el Ucayali se convirtió en el río más grande que había visto en mi vida. Hasta que por fin llegué al jirón 9 de Diciembre, la última calle antes de arribar a este afluente del Amazonas. Del otro lado, el puerto o malecón Miguel Grau se emplazaba desde los cruces finales del jirón Ucayali con el jirón Huáscar. Allí sí me toqué con un conglomerado de gente, la mayoría de rasgos típicos del peruano de la selva, del selvático oriundo, de sangre legítima. Y, entre ellos, noté que también había nativos de la región Sierra. Como pude ser testigo, aquí, en este malecón, la raza predominante es del “cholo peruano”, el peruano “de pura cepa”, el que es “chamba” (trabajador), el quien es capaz de “romperse el lomo” por llevar un pan a su mesa. Y así como abundaba el “charapa” y serrano afanoso, también había una infesta de mendigos y facinerosos por doquier; y, por supuesto, para completar el cuadro, los borrachos y prostitutas se hacían ver de acá para allá.
ESTATUA DEL HÉROE EN EL MALECÓN GRAU DE PUCALLPA. Fecha de la toma: Inicios del 2014
A mi derecha, sobre un pilar de concreto, la estatua del almirante de la Marina de Guerra del Perú, Miguel María Grau Seminario, se lucía esplendorosa, hecha de un metal bien pulido. Apuntaba hacia el río Ucayali, como si siguiera su curso con el dedo índice. Con la mano izquierda, sujetaba su gorra de marinero. Grau fue un héroe que defendió al Perú en la Guerra del Pacífico, durante un combate naval en la guerra con Chile el 8 de octubre 1879. Este mártir de la patria es homenajeado en cada rincón del territorio peruano. E incluso se han llegado a producir algunas miniseries y reportajes en su honor. Sin duda, un héroe que todos mis compatriotas reverenciamos, y no en vano, pues, se ha ganado el apelativo de “Caballero de los Mares”. El río Ucayali no es un océano, pero es una gran masa de agua en la que navegan toda clase de embarcaciones, desde canoas que trasportan racimos de plátanos hasta lanchas de gran capacidad para pasajeros. Éstas trazan rutas al departamento vecino, Loreto, donde finalmente se desemboca en el río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo, conteniendo más agua que el Nilo, el Yangtsé y el Misisipi juntos, y que supone cerca de una quinta parte del agua dulce en estado líquido del planeta. Lástima que hasta la fecha aún no he estado en el impresionante Amazonas.

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